Estamos presenciando un gigantesco experimento de ingeniería social. Digo mejor: somos parte de ese experimento. O todavía mejor: están experimentando con nosotros.
El experimento se llama: “Creación masiva de asociaciones mentales perdurables.” La idea es simple y se apoya en tres princpios: (1) La gente, el común de la gente, no tiene el ánimo, ni los recursos ni el tiempo para aclarar la verdad de las cosas; (2) La gente, el común de la gente, depende entonces de lo que se les ofrezca o imponga, y así forman sus convicciones, sus opiniones y sus decisiones; (3) ¿Qué pasa entonces si, siempre que presentamos el término “A” presentamos de inmediato el término “B”? ¿No formará eso una asociación mental perdurable que haga que la gente no pueda pensar en A sin pensar en B?
Se trata evidentemente de un experimento macabro. El objetivo, si se logra, es manipular la mente de millones de personas en todo el mundo. Los efectos de tal manipulación se harán sentir en todo el tejido social, y por eso precisamente se habla de “ingeniería” social, porque se trata de demoler elementos de la visión del mundo que tienen muchos, para entrar en sus cerebros e implantar principios de valor y de acción distintos. La idea, repito, es que no se pueda pronunciar “A” sin que el cerebro de esos pobres millones de seres humanos, repitan a coro: “B”.
Lo particularmente siniestro de este experimento en que nos tienen metidos, es que no se trata, estrictamente hablando de una calumnia. Cuando Hitler levantó la animosidad de los alemanes contra los judíos tuvo que decir muchísimas mentiras. Cuando Nerón, siglos atrás, encendió la ira de los romanos contra los cristianos la mentira fue su arma. Y la mentira es perversa, ¿quién lo niega?, pero tiene una vida útil muy corta, porque las tonterías que se dicen para atacar resultan luego una fuerza de respuesta cuando se muestra que se son precisamente eso: tonterías y mentiras.
El caso presente es mucho más sofisticado. Repito: no es una “operación calumnia” sino un experimento de creación de asociaciones mentales. No es decir mentiras sino repetir SOLAMENTE unas cuantas verdades, las que más duelen, las que más desacreditan, las que más humillan. Repetirlas hasta el hastío, repetirlas y repetirlas hasta que todos nosotros no podamos pensar en A sin pensar en B.
La clave está en la palabra “solamente.” Lo diabólico de este ataque es usar verdades, y también algunas exageraciones, pero centralmente: cosas ciertas, para crear una asociación cerebral, una gigantesca sinapsis en la sociedad que haga que cuando nos digan A nos veamos obligados, empujados a pensar en B. Lo siniestro es que todas las verdades, las inmensas verdades, las gigantescas verdades que no pertenecen a esta campaña de desacreditación no se dicen. Una espesa cobija de silencio deja sepultados muchos bienes, para que sólo se vean los males, para que sólo se piense en los males. El propósito es que nada bueno parezca existir de modo que cuando a la gente le digan A repita como una máquina: “B”.
Unos pocos de entre nosotros hemos descubierto la trampa. Unos pocos sabemos que lo que nos presentan y repiten no es toda la verdad. Unos pocos tenemos bien claro que los intereses de quienes promueven este criminal experimento son más tenebrosos que todas las tinieblas que ellos dicen haber sacado a luz. Unos pocos de nosotros nos aferramos a la oración y a las palabras de Cristo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia.” Y llenos de amor rodeamos a Benedicto, porque le amamos y nuestros ojos no han podido ser engañados, ni nuestros cerebros han caído en las redes del experimento.