La identificación profunda entre el pueblo sencillo y la Virgen María es algo que maravilla a los creyentes y deja perplejos a los críticos de la religión. Es algo que se ve en cada festividad mariana, como por ejemplo, en las celebraciones de la Virgen del Carmen.
En efecto, si lo piensas bien, todo lo que brilla en María es lo contrario de lo que el mundo idolatra.
El mundo nos habla de soberbia y de egoísmo, como camino único hacia el éxito; María presenta el camino de la humildad y la sencillez.
El mundo se rinde ante los placeres sobre todo los de la carne; María es espejo de pureza y virginidad perpetua y perfecta.
El mundo corre detrás del lucro y las riquezas; María llevó su vida en el despojo de una aldea desconocida por muchos y despreciada por no pocos.
El mundo quiere que la vida sea una fiesta interminable; María permanece fiel junto a la misión de su Hijo, y luego a los pies de su Cruz.
El mundo pretende llamar felices sólo a los que brillan con su protagonismo y prestigio; María es tan discreta que el final mismo de su vida no aparece en las páginas de la Escritura.
Por eso Ella es admirable para unos e imposible de entender para otros.
Y mientras los reinos de este mundo suben y luego caen con estrépito, las palabras proféticas de la Virgen María se siguen cumpliendo: “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1).