Al considerar, siquiera sea de paso, los tiempos que vivimos, se verá por más de una razón la importancia, utilidad y oportunidad de los santos retiros. La más grave enfermedad que aflige a nuestra época, siendo fuente fecunda de los males que toda persona sensata lamenta, es la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres.
De ahí la disipación continua y vehemente en las cosas exteriores; de ahí la insaciable codicia de riquezas y placeres, que poco a poco debilita y extingue en las almas el deseo de bienes más elevados, y de tal manera las enreda en las cosas exteriores y transitorias, que no las deja elevarse a la consideración de las verdades eternas, ni de las leyes divinas, ni aun del mismo Dios, único principio y fin de todo el universo creado; el cual, no obstante, por su infinita bondad y misericordia, en nuestros mismos días y a pesar de la corrupción de costumbres que todo lo invade, no deja de atraer a los hombres hacia Sí con abundantísimas gracias.
Pues para curar esta enfermedad que tan reciamente aflige hoy a los hombres, ¿qué remedio y qué alivio mejor podríamos proponer que invitar al piadoso retiro de los Ejercicios espirituales a estas almas débiles y descuidadas de las cosas eternas? Y, ciertamente, aunque los Ejercicios espirituales no fuesen sino un corto retiro de algunos días, durante los cuales el hombre, apartado del trato ordinario de los demás y de la baraúnda de preocupaciones halla oportunidad, no para emplear dicho tiempo en una quietud ociosa, sino para meditar en los gravísimos problemas que siempre han preocupado profundamente al género humano, los problemas de su origen y de su fin, de dónde viene el hombre y adónde va; aunque sólo esto fuesen los Ejercicios espirituales, nadie dejaría de ver que de ellos pueden sacarse beneficios no pequeños.
[Pío X, Encíclica Mens Nostra del 20 de Diciembre de 1929.]