“Cuando, en el año 1979, ya siendo Obispo de Roma, me fue posible visitar por primera vez Gniezno, la cuna del cristianismo en mi patria, pensé en la vecina tierra checa, de donde nos llegó el cristianismo el año 966. Nuestros vecinos hermanos del sur ?los checos y los eslovacos? en varias ocasiones han recordado ese acontecimiento, invitando al Papa visitar su país. Pero, durante estos once años, la visita no fue posible. La piedra del sepulcro cerraba herméticamente la entrada a la Iglesia que está en Bohemia, Moravia y Eslovaquia. El sistema de ateísmo político y de la programada opresión de la Iglesia en Checoslovaquia era especialmente impenetrable. Los múltiples esfuerzos de la Santa Sede para asegurar al menos el mínimo de la libertad religiosa fueron continuamente rechazados. Durante estos cuarenta años se llegó al punto de que sólo poquísimas sedes episcopales pudieron contar con su pastor. Se intentó someter toda la vida de la Iglesia al programa del Estado marxista. Pero, aun en condiciones sumamente difíciles, la Iglesia, como la comunidad de los creyentes, conservó su vitalidad e incluso, bajo muchos aspectos, se regeneró espiritualmente…”
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