Fray Nelson: Dios sea bendito en usted. Nuestro Señor Jesucristo,verdadero Dios y verdadero hombre, como tal supongo que tuvo cromosomas. En un humano común y corriente la mitad de cromosomas son del padre y la mitad de la madre. En el caso del Señor Jesús la mitad fueron de la Santísima Virgen María ¿y la otra mitad? — GSH
* * *
El acto de la Encarnación no tiene paralelos ni en las ciencias naturales ni en la mitología de las religiones paganas. En éstas era frecuente hablar de relaciones sexuales entre dioses y seres humanos, de modo que por ejemplo entre los griegos recibían el nombre de “héroes” los que eran “mezcla” de un dios y una mujer, o de una diosa y un hombre. Era el caso de Aquiles, el de la Ilíada. Jesucristo no es el resultado de una mezcla divino-humana, y de hecho el Concilio de Calcedonia excluyó expresamente la idea de que se pudieran “mezclar,” al modo de la mitología griega, las naturalezas divina y humana.
Y sin embargo, es plenamente cierto que en Cristo hay la totalidad de cromosomas que tenemos los humanos pues si no fuera así no podríamos considerarlo de nuestra naturaleza. Por esta misma razón, si alguien encuentra algo vivo, o que estuvo vivo, y que tiene sólo 23 cromosomas no puede decir que se trata del Cristo de nuestra fe porque nuestra fe es muy clara en cuanto a que las dos naturalezas de Cristo, la humana y la divina, están completas.
Por supuesto, esto ha llevado a un cierto número, incluso de teólogos, a negar la Encarnación virginal, en su dimensión física: es decir, han venido a decir que Jesucristo es, como todos nosotros, fruto de unión entre varón y mujer. Esa no es la fe de la Iglesia. Y aunque a veces resulte cómodo para un cierto racionalismo negar la fe para supuestamente hacerla más “cercana,” cabe recordar que el primer atributo de la fe es que sea verdadera porque es lo único que la diferencia del engaño y del mito.
Si uno sopesa reposadamente lo dicho hasta aquí se da cuenta que sólo hay algo que puede tener una relación con la Encarnación y es el acto mismo de la Creación: así como lo creado es real, viene de Dios, y supone una novedad que supera todo intento de transición entre el no-ser y el ser, así también el cuerpo santísimo de Jesucristo es real como el nuestro, su presencia es don que proviene de la libre determinación de Dios, y no puede ser explicada en términos graduales o de transición.
Se puede decir entonces que la Encarnación es, en un sentido muy literal, el comienzo de la Nueva Creación, de la que encontramos referencias ya en el Antiguo Testamento (Isaías 65) y luego con fuerza en el Nuevo Testamento (Apocalipsis 21). Mas no debe decirse sin más que la naturaleza humana del Verbo fue “creada” porque, así como la Nueva Creación tiene su comienzo en la humildad y la fe propia de la Creación primera, así esta Nueva Creación tiene su comienzo en la humildad y la fe de la Virgen María.
Otro modo de ver este hermoso paralelo es este: así como Dios todo lo creó de la nada, y hay una discontinuidad insalvable entre esa nada y el universo creado, así también, Cristo se ha encarnado a partir de la “nada” de María, con una discontinuidad infinita entre Ella, en cuanto creatura, y Él en cuanto razón de ser y arquetipo de toda la creación.
Y precisamente porque hay esa discontinuidad no se debe suponer sin más que en la Encarnación Dios obró a partir de una célula germinal (gameto, óvulo) de la Virgen Purísima. Puesto que Ella dio su sí libre, que Dios libremente quiso pedirle, es claro que la Encarnación no fue simplemente algo que sucedió “en” Ella sino más bien habría que decir, con San Juan Damasceno y con Santo Tomás de Aquino, “a partir” de Ella (“ex purissimis sanguinibus”: véase S. Th. III, q.32, art. 5). Evidentemente no sabremos del “cómo” de este acto único más de lo que llegaremos a saber sobre el “cómo” de la Creación porque, de hecho, la Encarnación supera en todo orden de magnitud a la Creación.
En resumen: Cristo es completo en su naturaleza humana y por consiguiente, completo en sus cromosomas, así como en las demás partes constituyentes de un cuerpo plenamente humano. Cristo no proviene de ningún tipo de mezcla entre la divinidad y la humanidad. Cristo no proviene de la unión entre varón y mujer. La existencia del Verbo Encarnado puede ser solamente afirmada como un acto libremente querido por Dios, con vista a nuestra salvación, que sólo puede compararse, y ello lejanamente, con el acto mismo de la creación, de modo total que así como el universo fue hecho de la nada, Cristo es fruto de la acción de Dios a partir de la “nada” de humildad y de fe de la Santísima Virgen María. Tal milagro no se explica sino que se empaña al pretender aludir a los células germinales (óvulos) de la Madre de Cristo. Aunque sigue siendo cierto que a partir de ella, de sus purísimas entrañas, nos ha sido dado el Hijo de Dios, que con toda verdad ha de ser creído verdadero Hijo de tal Madre.