Este ha sido el gran día de Africa en el retiro. La Madre Gloria Isabel, Superiora General de las Dominicas Nazarenas, ha llegado de Belemboké, en el Africa Central, donde su Congregación acaba de fundar una casa de misión entre la población seminómada de los pigmeos. Hemos oído todos, en espíritu de atención y de oración, sus relatos cargados de realismo, esperanza, dolor, limitaciones humanas y providencias divinas.
Aunque se trata de una narración completamente apostólica, las palabras y las imágenes de Africa han tenido un lugar muy propio en el conjunto de nuestro retiro. Si de lo que se trata es de aprender a descansar en las manos de Dios y de confiarnos a sus designios, no hay mucha diferencia entre un misionero y un contemplativo.
Varias veces la Madre Gloria insistió en repetir: “Ahora entiendo qué significa orar por los misioneros.” Es admirable lo que tantos hombres y mujeres realizan en regiones apartadas y llenas de muy diversas dificultades. No siempre lo material es lo más difícil; no siempre lo es el clima; nos iempre lo es la lengua; no siempre la soledad. Mas una cosa es cierta: los bordes duros de la Cruz se dejan sentir más pronto y más hondo en la misión.