De una cosa quiero agradecer a Dios, Nuestro Señor, en este día: el sacramento de la confesión, maravilla de amor que el Corazón de Cristo inventó para nuestra salud, consuelo y guía.
Lo digo no sólo por mi experiencia al confesarme sino también por lo que veo que Dios hace cuando toma un corazón y lo escucha, lo levanta, lo sana, lo restablece, lo consuela y lo colma de luz en la confesión.
El papel de uno como confesor es sobre todo el de un testigo: activo, ciertamente, pero básicamente un testigo de lo que Dios hace, porque sólo El puede hacerlo. Quiera Dios tomar estas palabras para que se animen a confesarse quienes tienen tiempo sin acercarse a este sacramento.