En Roma me he hospedado en el convento de mis dominicos irlandeses: San Clemente. Se trata de un lugar que en sí mismo es un regalo, y no sólo por el sobrio pero eficaz estilo de acogida de mis frailes de Irlanda.
Quienes saben de arte dicen que el mosaico de esta basílica es probablemente el más hermoso de Roma y yo estaría de acuerdo. Una inmensa predicación gráfica llena de luz, brillo y simbolismo preside las líneas resueltas de la nace central. Mas la belleza va más a lo profundo, literalmente.
Bajo la actual iglesia hay otras dos iglesias, una del medioevo y otra, aun más hondo que data del siglo IV. Tesoros arqueológicos que no se han terminado de descubrir están bajo nuestros pies en San Clemente, cuyo nombre alude al cuarto Papa de la Iglesia. El convento, que está anexo a la basílica, queda a dos cuadras del coliseo romano.