Mientras los enemigos de la fe no omiten, en efecto, en nuestros días esfuerzo ninguno para procurar con habilidad múltiple e infatigable los mayores desastres en el pueblo y de una manera especial en la multitud obrera y en las filas de la juventud, los ministros de la Iglesia Católica no alcanzan a resistir y repeler a los fautores del mal, cuyo número aumenta cada día y cuyos recursos crecen sin cesar. Además: la acción de los sacerdotes no puede extenderse a todas las capas de la sociedad, porque no faltan personas que la impiden, impulsadas a ello por el propio interés, o que rechazan la sagrada autoridad del clero movidas por el propio género de vida, aunque están muy necesitadas de la solicitud de los pastores de almas. De aquí nace la necesidad de esa colaboración de los fieles que, no son inspiración divina, hemos llamado “participación” de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia.
A los seglares, en verdad, debe mover también el mismo precepto de la caridad para impedir, por todos los medios posibles, las injurias a Dios así como la ruina espiritual de los prójimos; porque no sólo a los sacerdotes, sino a todos, ha encomendado Dios el cuidado de su prójimo. Más todavía: constituye esto una especie de necesidad noble e ingénita en el ánimo de quienes, por haber recibido el don precioso de la fe, sientan, llevados por un sentimiento de gratitud para con Dios, el deseo ardiente de propagar esa fe y de suscitarla en los demás, conforme a aquello de que “el bien es difusivo de lo suyo”. Y con más razón que nunca en este año, santo por la memoria de la Divina Redención, deben todos los buenos moverse a formar parte de esta milicia sagrada que se llama Acción Católica, a la cual está encomendada la misión de hacer que las aguas saludables de la Redención se extiendan más y más, y también la de consolidar en todas partes el reino tan deseado de la paz establecida por Jesucristo. Porque no se trata de una novedad, ya que, como lo hemos advertido en varias ocasiones, la Acción Católica, en cuanto a la sustancia, existió desde los primeros siglos de la Iglesia y se recomienda, en la Sagrada Escritura, ya desde el comienzo del cristianismo, y en todo tiempo ha contribuido en gran manera a la propagación de la fe católica.
La Acción Católica ha adoptado en la actualidad nuevos métodos y nuevas finalidades, propios de las necesidades presentes; ha sido establecida en muchas naciones y aun en las mismas regiones en donde trabajan los misioneros; y dondequiera que ha sido organizada, dondequiera que ha podido procurar la consecución de sus objetivos y llevarlos libremente a la práctica, ha producido los mejores y más saludables frutos. En ella caben todos los fieles, de cualquier edad y de cualquier condición, ya que a nadie se niega trabajo en la mística viña del Señor; y así como ella reúne a los jóvenes de uno y otro sexo, también debe agrupar y congregar acertadamente a los hombres y a las mujeres ya formados; pero conforme a las peculiares condiciones de los obreros, de los patronos, de los que se consagran al estudio de las artes o al cultivo de las letras, de los que han obtenido ya un título, debe, para ser útil, seguir distintos caminos y valerse de distintos métodos.
[Pío XI, Carta a los Obispos de Colombia, 14 de febrero de 1934]