Hoy, ya de vuelta de Ronciglione, ha sido día de librerías. Italia, entre tantas reputaciones bien ganadas, tiene la de una inmensa y siempre actualizada industria bibliográfica. El sitio donde he estado más tiempo es la popular librería Feltrinelli.
Yo no creo que los italianos como tales sean tan grandes lectores cuanto impresores. En mi opinión, Italia tiene un éxito especial en materia de publicaciones por una conjunción de factores.
En primer lugar, estos amigos italianos tienen el don de captar el momento. Los títulos de los libros siguen la realidad social, religiosa, filosófica o política como en un partido de fútbol. Las cosas parecen entonces relevantes: uno siente que le van a ayudar a “leer” el mundo.
En segundo lugar, la pulcritud de la edición. Creo que ya he dicho que el arte es para muchos de ellos como una segunda naturaleza. El sentido de la proporción, el color, la textura, el diseño, el tipo de letra, el número y disposición de las ilustraciones (que no reemplazan al texto ni riñen con él) todo hace que un libro sea una experiencia.
En tercer lugar está el tema del lenguaje. Los títulos son una invitación, casi una “tentación” a la lectura. Voy a dar un ejemplo tomado de la filosofía y otro de la teología.
Consideremos el tema del alma, que tiene que ver con mi tesis doctoral. Es distinto entrar en un alegato con la New Age a publicar un libro que hace eso en el fondo pero que lleva el título: ¿Por qué renunciar al alma?
Ahora otro, de la teología. Supongamos que vamos a hablar del misterio trinitario desde la perspectiva psicologista inaugurada por San Agustín. Suena como el tema más árido del universo. Ahora bien, acaba de salir un libro: Io, Uno e Trino. Desde luego, es un juego de palabras en italiano: “Yo, uno y trino,” sería la traducción. Pero la gracia está en que “yo” en italiano es “io” mientras que Dios es Dio.
La parte negativa de tanta profusión editorial es que obviamente hay mucha cosa que no amerita el precio. Y sin embargo, es obvio que se les puede aprender mucho.