Oí que el Señor me hablaba. Se dio un diálogo parecido a lo que sigue:
– María es Reina del Universo precisamente en cuanto participa de aquella victoria de la que habló mi Hijo cuando exclamó: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Así como mi Hijo venció al mundo, así concede victoria y reinado sobre el mundo a quienes se unen a Él. Y como no hay creatura que haya estado ni que pueda estar más unida a Cristo como lo estuvo y está María, ya ves que es muy consecuente afirmar que Ella es Reina, pues Ella también venció al mundo. Esto debes predicarlo, y para eso precisamente te he liberado y desatado, para que tengas una voz que pueda anunciar la victoria sobre el mundo.
-¿Ese es el sentido de la sensación maravillosa de libertad que experimenté en la Basílica de San Pedro allá en Roma?
-Exactamente. El don de libertad que has recibido es sobre todo libertad de las seducciones del mundo. No significa que no puedas ser encadenado pero sí quiere decir que eres libre.
-¿Por qué, si puedo preguntar, victoria sobre el mundo, que sé que es enemigo del alma, y no sobre el demonio o sobre la carne, que también lo son?
-En atención a ti, si quiero que estés para siempre conmigo, es necesario que te regale libertad de todo y que te defienda de tus enemigos, que bien resumes en demonio, mundo y carne. Eso en cuanto a ti. Pero hay una misión también en tu vida. Y en orden a esa misión te ha sido otorgado ese don que pudiste percibir en la Basílica.
-¿Puedo preguntar por qué en ese lugar y por qué en ese momento?
-Ese lugar es el signo más visible de la presencia de la Iglesia en esta tierra; tú sabes, lo mismo que muchos saben, que la seducción del mundo no ha estado lejos de toda esa grandeza y de todo el poderío que manifiesta esa construcción con toda su arte. Y sin embargo, tampoco la seducción de mi Divino Espíritu está lejos de allí. Muchas personas se confunden y piensan que los pecados de mundanidad de los clérigos en Roma o en otras partes van a impedir mi capacidad de enamorar los corazones y hacerlos postrar ante Jesús. Eso es menospreciar mi poder, que está sobre todo poder. La verdad, en cambio, es que, aunque yo no apruebe lo mundano que pueda revolverse en el servicio de mis sacerdotes, tampoco sus defectos me detienen. Tú mismo lo has experimentado en tu propio ministerio y en lo que has recibido de otros ministros. Por eso quise darte ese don en ese lugar, para que nunca olvidaras de qué modo soy Señor en todo y sobre todos.
-¿Y por qué en este momento de mi vida?
-Eso lo entenderás después. Sin embargo, recuerda que la súplica que tú me hiciste, es decir, la que el Espíritu Santo puso en tu boca para que la dirigieras a mí, fue “¡cuídame!” Tú no llegaste a la Basílica pensando en hacer esa oración, y sin embargo, mi Espíritu te reventaba el alma en ardientes llamas de súplica que repetían “¡cuídame!” Tú no sabías que tenías que orar así, pero oraste como es debido, porque no oraste tú, sino que el Espíritu oró en ti pidiendo lo que más te convenía. Ahora bien, así como tú no sabías que tenías que pedir que te cuidara, tampoco sabías de qué tenías que ser cuidado y defendido.
-Del pecado, supongo, es decir, de mis pecados y mis propias debilidades…
-Supones con buena intención pero te equivocas. Y te equivocas porque no puedes mirar por encima de ti mismo sino sólo desde lo que eres y desde lo que alcanzan a ver tus ojos. Por eso mismo desconoces qué puede ser mayor riesgo para tu vida y para tu misión. Viéndote desvalido e incapaz de orar, te otorgué una efusión de mi Espíritu para que me pidieras lo que era concorde a mi Providencia sobre ti y a través de ti a favor de otras muchas personas. Por eso te digo que este era el momento para esa súplica.
-¿Es este tiempo especialmente ciego para reconocer la amenaza que entrañan las seducciones del mundo?
-Hay algo que está sucediendo y que ha traído gran confusión a mi Iglesia. Bien sabes que toda la predicación de mi Hijo fue el anuncio y la instauración admirable del Reino, de mi Reino, que había quedado oscurecido por la obra del diablo en la raza humana. El pecado es siempre un modo de rehusar que yo reine. Mas ese pecado se vuelve especialmente penetrante y pertinaz cuando se convierte en el lenguaje que todos hablan, es decir, cuando se erige como autoridad y referencia ineludible en medio de la comunidad humana. Cuando esto sucede, el poder se convierte en un ídolo para quienes se aferran a él, y en un instrumento de muerte para quienes no lo aceptan. Fue lo que sucedió en tiempos del martirio de Pedro, cuyo martirio recuerda la Basílica donde recibiste el don. El poder endiosado de los emperadores no podía soportar la rebeldía de los que no le adoraban. Por eso se alzaba con saña y crueldad inaudita en contra de mis servidores. Yo les di la fortaleza necesaria para que todo el mundo entendiera la diferencia entre el reino de tinieblas, que se alimenta de matar, y mi Reino de luz y de gracia, que se alimenta de mí mismo, que soy Fuente Inagotable de Vida. Los huesos de Pedro, mi santo siervo, gritan al mundo despertándolo y enseñándole quién es el Rey que da la vida y a la vez denuncian al príncipe maligno que sólo trae la muerte. Este es el sentido maravilloso de la Basílica de San Pedro y este es el significado profundo de la residencia del Papa en Roma.
-¿Por qué es tan difícil que tú vuelvas a reinar una vez que el pecado ha traído esa confusión de la que me hablas?
-Porque pecar es como poner un trono falso en el lugar donde yo debería estar y reinar, ya se trate del alma, del hogar o de las naciones, culturas o lenguas. Una vez que un trono falso ha sido puesto es fácil para ustedes seguirse equivocando, por ejemplo: poniendo un trono nuevo en lugar del antiguo, o reemplazando un trono grande por un millón de tronos chiquitos. En el primer caso, lo que se obtiene es un cambio de poder, pero no una obra de conversión hacia mí. En el segundo caso, que es el propio de la mayor parte de Europa, lo que se obtiene es una ocultación del engaño. Y sin embargo, levantar mil tronos o un millón de tronos no es unir mil voluntades o un millón de inteligencias. Sin el principio de la unidad la autoridad se vuelve un juego de ilusiones y apariencias. Por eso a ustedes resulta tan difícil vencer en la maraña de mentiras que brotan de haber pretendido deshacerse de mí.
-La victoria nos llega solamente por Jesucristo; eso lo sé muy bien.
-Así es. Solamente por Él, que pudo decir con toda verdad que había vencido al mundo, porque no había sido víctima ni propagador de la mentira del mundo, sino que en su lugar había levantado el estandarte de la Cruz. Es mi Hijo, es Cristo quien vence, pero no puedes separarlo de su instrumento de victoria, que es la Cruz. A través de la Cruz se restaura el reinado de mi amor y de mi sabiduría, de mi ternura y de mi poder en el Universo.
-¿Qué es entonces lo que yo recibí, si puedo preguntar?
-Recibiste una gracia especial para filtrar o purificar en la Cruz de mi Hijo lo bueno que te suceda.
-¿También lo malo?
-Eso no lo puedes entender ahora, aunque deberías entenderlo mirando a tu amiga Catalina de Siena. Las cosas malas no encadenan; las buenas, sí. Por eso ella prefirió la corona de espinas a la de rosas, porque se sentía más libre entre las espinas. Estas cosas, desde luego, no las entiende el mundo, pero precisamente de eso se trata, de que el mundo no entienda. Para ti, en particular, son de mayor riesgo los éxitos que los fracasos. Aprende pronto a mirar tu vida y todo lo que hagas no con la imagen de una escalera que sube hacia lo más grande, lo más visible o lo más influyente. Eso se dará, y llegarás a ser muy influyente, visible y grande, pero sólo serás mío y me servirás bien si vives como olvidado de eso y si tu atención se apega con amor a lo que no has conseguido, o mejor: a lo que ustedes como comunidad visible de creyentes no han conseguido todavía. Sea tu recuerdo permanente, entonces, que hay quienes deambulan sin saber de mí ni de los tesoros que otorgué a todos en la Sangre de mi Hijo Amadísimo. Para que puedas obrar así es necesaria una gracia que aclare tus ojos con el colirio que da el árbol de la Cruz. Sólo en ese árbol está la medicina que mantendrá tus ojos atentos al Corazón Vivo y Sagrado de mi Hijo, que entregó hasta su último latido amándote y amando a la raza de Adán.
-¿Así fueron los ojos de María, verdad?
-Así fueron y así son. Ella vivió como olvidada de los privilegios y singularísimas gracias que le otorgué por su misión propia. Su atención, en cambio, estaba tan apegada a la búsqueda de mi gloria y de mi reinado que sólo sabía mirarse para cantar lo que le has oído cantar, y que la Iglesia repita sin cesar al atardecer. Obrando así, Ella no se enredó en sí misma ni dejó que los bienes creados la sedujeran. Verdaderamente venció al mundo y anduvo con pies limpios en medio del barro del mundo, amó con alma limpia en medio de un mundo pecador y partió de la tierra con el corazón limpio, sin atribuirse nada a sí misma, colmada de amor, gratitud, alabanza y alegría. No dudes que su oración atrajo el don del Espíritu sobre ti, porque Ella te ama, como bien sabes, y ese día de la Basílica es el día de su Fiesta en tu país. De ese hecho debes aprender que lo que has recibido no es porque tú seas mejor que nadie sino porque Ella te ama y quiere junto contigo amar a tu país, y a través de ti bendecir de muchos modos a la Iglesia, que es el Cuerpo de su Hijo.
-¿Debo publicar estas cosas?
-Sí. Saberlas y no publicarlas sería más riesgoso para ti. Que esto se sepa traerá alegrías y burlas a tu alma. Las alegrías, purifícalas según el don que te fue dado ese 9 de julio; las burlas, agradécelas con sencillez de alma a mi Providencia, mientras te unes en oración a tu Ángel.
-Amén.