Hay una gran conciencia ecológica en Europa, no hay duda, sobre todo si se compara con la postura más o menos ingenua e irresponsable que solemos tener en Latinoamérica y con la actitud eficientista y más bien altanera con que los Estados Unidos abordan el tema. Esta conciencia se refleja en el cuidado de las fuentes naturales, la sensibilidad por los recursos no renovables, el uso apropiado de desperdicios y también una preferencia por lo que involucre menos sustancias artificiales. Estamos viviendo el boom de lo “biótico,” como suele llamarse en Alemania, por ejemplo, aquí llamado “orgánico.”
El ideal al que se tiende es: productos sin aditamentos, pesticidas o ayudas hormonales o semejantes; productos limpios, que en toda su cadena de producción, distribución y consumo sean completamente biodegradables, y que además puedan ser “traceados,” es decir, cuya “traza” se pueda seguir completamente para control de posibles epidemias u otros males de impacto social.
Irlanda está en ese tren hace mucho tiempo; además, ha sabido añadirle sus propios vagones, señaladamente, en lo que concierne a justicia social. Este es un país especialmente sensible a la suerte de los pequeños y los pobres, y aunque haya mucho de pose o de farsa en eso, hay un fondo de autenticidad y una conciencia de que la paz con la naturaleza es sólo un elemento de una paz verdaderamente humana.
Por otra parte, yo me atrevería a decir que el modo de buscar lo natural puede ser, en sí mismo, más o menos “natural” o “artificial.” Me explico: hay modos “naturales” de ser natural, y hay modos muy forzados, y en ese sentido “artificiales” de pretender ser “naturales.”
Hay ejemplos interesantes. ¿Cómo se entiende, por ejemplo, que se tome yogur orgánico super-natural, y a la vez se quiera meterle no sé cuántas hormanas al cuerpo de una mujer para cambiarle el periodo menstrual a voluntad? ¿Cómo se habla de una ecología impecable y se soporta un sistema financiero que excluye de drogas genéricas a la mitad de la población mundial?
Irlanda es particularmente sensible a estos temas. El aborto sigue causando un dolor que no ha podido ser silenciado ni con las toneladas de propaganda abortista que ha caído sobre estos ojos y mentes. Saben que quien ama a los pajaritos y los arroyuelos no puede despreciar a los bebés ni a las madres. Su amor por la naturaleza es de lo más natural.