La pregunta parece inoficiosa y casi ofensiva a la fe. ¡Se supone que uno puede ser amigo de Cristo! ¡Se supone que los cristianos somos ante todo eso: amigos de Cristo! Además, ¿no dijo Santa Teresa de Jesús que un santo era simplemente un amigo fuerte de Dios?
Y sin embargo, pienso que la pregunta cabe. Muchas veces pasa que cuando tomamos lo obvio y lo volvemos pregunta de allí surgen cosas muy profundas. Creo que también en este caso ello se cumple.
Por ejemplo pensemos en esto: ¿tus amigos se parecen a Cristo? Si dices que quieres ser amigo de Cristo es posible que tus amigos tengan semejanza con él. Y esto, por cierto, no es fácil; quiero decir: no es fácil estar cerca de alguien tan generoso, tan bueno, tan perfecto.
Doy ejemplos: el cuñado de San Martín de Porres tuvo que resignarse a que el humilde religioso le convirtiera la casa poco menos que en un hospital para gente pobre. San Martín se parecía a Jesús, y… bueno, ya ves las cosas que hacía. ¿Te gustaría un amigo así? ¿Te hubiera gustado ser íntimo amigo de la Madre Teresa de Calcuta y que te llevara su gente y sus necesidades a tu casa y a casi cada conversación? ¿No es cierto que las cosas ya no son tan obvias?
Otro caso: los compañeros de San Luis Gonzaga dejaron escrito en un libro de memorias: “Tal día salimos a paseo; no fue Luis… gracias a Dios.” La cita no es textual, pero eso dijeron. ¿Y por qué? Difícil saberlo. Tal vez el joven santo les echaba a perder algunas bromas o no toleraba lenguaje de doble sentido o era muy estricto en que no se cometiera gula en el paseo, o quería que santificaran cada paisaje con una oración, o ¡qué se yo! De ahí proviene el famoso chiste: “un santo es el que practica todas las virtudes; un mártir es el que le toca vivir con un santo.” Pues bien, y hablando en serio, Jesucristo es el santo entre los santos.
Y sin embargo, Jesús llamó “amigos” a sus apóstoles. A decir verdad, el término griego da no sólo para decir “amigos” sino que indica sobre todo amor: “amados” o “queridos.” El matiz es importante porque evita que imaginemos a Jesús simplemente como un tipo con el que se la pasaba bien. Yo personalmente no puedo imaginarme mucho cómo sería ese grupo itinerante con un Maestro siempre ocupado con una montaña de enfermos y con tantas incertidumbres sobre las cosas más esenciales, incluyendo la comida y el descanso.
Si soy honesto, absolutamente honesto, yo no sé si yo daría la medida para un género de vida así. Y por eso pienso que sí quiero ser amigo de Jesús, pero que el camino de nuestra amistad sólo puede estar pavimentado por su sabiduría y su misericordia.