* Hay dos sentidos principales del perdón, a uno lo llamamos “el perdón del principio” y a otro “el perdón del final.”
* El perdón “del final” es fácil de entender: se refiere a esa situación que hace cesar toda contienda y que devuelve la paz y la reconciliación. La muerte de muchos santos es particularmente elocuente sobre ese perdón del final, por su modo de abandonarse en Dios, disculparse con todos y a la vez ofrecer la paz y su intercesión a todos.
* Pero aquí queremos hablar del perdón “del principio,” que consiste básicamente en la disposición de entregar a Dios la complejidad de nuestras relaciones interpersonales, que son siempre incompletas y en muchos sentidos cuestionables. Ofrecer el perdón “del principio” es estar no querer enredarse uno con el discernimiento milimétrico de quién tiene culpa de qué, o quién le debe exactamente qué a quién porque esa clase de cuentas y exámenes postergan indefinidamente la obra de la gracia.
* El perdón “del principio” es profundamente liberador porque parte de algo muy cierto y muy sencillo: cuando uno acumula resentimientos, arrogancia o propósitos de venganza, el perjudicado es uno mismo.
* El perdón “del principio” es el propio de la oración del Padrenuestro. Al decir que “perdonamos a los que nos ofenden” o a “nuestros deudores” no estamos diciendo que todo está arreglado y en paz con todos sino que dejamos en manos de Dios nuestro universo de relaciones interpersonales porque no queremos privarnos de la amistad con Dios ni queremos perder su plan de amor, que es mejor que todo lo que podamos imaginar.