Las distancias entre los amigos tienen causas mayores o menores. Las primeras son bien conocidas; corresponden a ofensas o decepciones serias que en últimas dejan este mensaje: “Nunca he debido ser amigo de esa persona.” Las causas menores en cambio corresponden a sumas de pequeñas cosas o pequeños descuidos que, sumados a lo largo del tiempo, engendran una distancia mental y afectiva que finalmente disuelve los lazos de amistad. Por su naturaleza, estas causas menores son mucho menos perceptibles y yo sospecho que en realidad tienen una responsabilidad mayor en que un mayor número de relaciones de amistad lleguen a su final. Pero veamos unas y otras causas más de cerca. Si la amistad es ese tesoro que todos creemos que es, es preciso saber cuidarlo y defenderlo.
Las causas que he llamado “mayores” se sintetizan en las palabras traición, ingratitud y desprecio. Cualquiera de estas tres puede destruir una amistad, incluso fuerte y afianzada. La traición tiene varias formas entre las cuales destacan la mentira grave o continuada, el utilitarismo (“usar” a la otra persona tratando de que no se dé cuenta), y la infidencia (revelar lo que no se debía). La ingratitud también tiene sus diferentes versiones: en su forma simple es olvidar los bienes recibidos y producir en cambio un mal directo o ser cómplice de él. Mas es ingratitud también olvidar los espacios o tiempos compartidos, por ejemplo porque las nuevas condiciones de vida parecen más satisfactorias (caso, por ejemplo, del que asciende en la escala social y se olvida de los amigos menos afortunados). El desprecio va relacionado con esta forma de ingratitud; suele darse cuando uno de los amigos logra condiciones económicas, públicas o de relación interpersonal que le hacen sentir superior y capaz de menospreciar a las antiguas amistades.
Estas causas graves hieren a fondo la amistad y pueden llegar a destruirla. Dependiendo de la contextura emocional y espiritual del ofendido, pueden incluso transformar un afecto estrecho en un odio acérrimo. La Historia da fe de este tipo de espantosas transformaciones, cuyo saldo final suele ser no menos horrendo. Se dan casos, sin embargo, de almas grandes que pueden ver más allá de nubes tan oscuras. El ejemplo más notable es el perdón y amor de Cristo a los mismos apóstoles que lo habían traicionado, habían sido ingratos y lo habían despreciado, por lo menos en la forma que lo hizo Pedro: “¡No sé quién es ese hombre!” Lamentablemente un grado tan alto de virtud y santidad no es lo más frecuente.
Las causas menores no son en realidad menos serias. Mi opinión personal, sin sustento estadístico alguno, es que, si hacemos cuentas, más se pierde por causas menores que por las mayores. ¿Cuántos amigos hemos perdido simplemente porque aplazamos demasiadas veces hacer esa llamada telefónica o enviar ese e-mail que hubiera renovado y refrescado una amistad que iba por muy buen camino?
Eso indica que la principal causa “menor” es sencillamente el descuido. No es que nos propongamos desechar a las personas pero de hecho las desechamos. Esto quizá es inevitable, por lo menos en parte. Así como al visitar un precioso jardín no podemos dar todo el tiempo que se merece a cada planta o flor, sino que tenemos que elegir unos lugares y ejemplares dejando de lado otros, así también, en el terreno de los afectos y amistades, vivir es escoger. Y al escoger darle más tiempo a algunas personas se lo quitamos a otras.
De hecho, uno no considera que haya dejado de ser amigo de las personas simplemente porque haya perdido contacto con ellas. La mayor parte de la gente utiliza un lenguaje que indica que las relaciones están vivas, aunque tal vez “dormidas.” Es el caso cuando hablamos de “un amigo de la escuelas secundaria,” aunque quizá ya ni sepamos si vive y, sobre todo, si nos consideraría amigos.
Lo cierto es que la distancia, temporal o espacial, suele ir acompañada por otras distancias. Conocemos la experiencia de reencontrarnos con personas a las que no veíamos hace mucho (o demasiado) tiempo, y al oírlas expresarse descubrimos que el curso de sus decisiones y opciones simplemente no nos gusta mucho. Y aunque es verdad que ser amigo no es complacer en todo a los amigos, también lo es que sin una cierta base común, sin el vínculo que dan unos principios o ideales compartidos, es difícil que una amistad realmente merezca ese nombre. Una vez por ejemplo, me encontré con un buen amigo que ahora tenía ideas políticas bastante “esotéricas” para mi gusto; nunca hubo un rompimiento oficial pero creo que ambos sentimos que estábamos demasiado distantes para ser “efectivamente” amigos.
Ahora bien, es un hecho que hay gente que considera que puede ser amiga de sus amigos sin importar qué opciones tomen. Yo me permito dudarlo. Uno puede ser menos flexible (yo no creo serlo demasiado) pero sé bien que nadie sería absolutamente abierto a cualquier tipo de opción de cualquier amigo.
Además del descuido en sus diversas formas, ¿qué otras “causas menores” pueden debilitar la amistad? Podemos destacar las limitaciones o vicios de cada persona. Piense en el caso del alcohol. Un borrachito puede ser simpático en alguna reunión pero en el largo plazo todos sabemos que, aunque el hombre no se dedique a ofender a los demás cuando está tomado, los amigos, o por lo menos, los amigos no alcohólicos, irán sintiendo pereza de juntarse con el vicioso. Dígase otro tanto de otros vicios, incluyendo el juego, las mujeres o la droga. Hay situaciones que son prácticamente de supervivencia personal. Tampoco en este caso suele darse un “rompimiento” sino más bien un proceso que tristemente va aislando a quien es víctima de su vicio.
Hay una última “causa menor” que quiero mencionar porque no es exactamente un vicio pero sí tiene algún parecido con lo ya dicho. Me refiero a las opciones religiosas o de afecto. Tampoco aquí hay reglas universales. Hay gente que conserva su amistad intacta sin importar que sus amigos se vuelvan ateos, masones o satánicos; hay gente que no le importa que el amigo destruya el hogar de 20 años de matrimonio y se consiga una sensual muchachita con la cual ahora se aparece en todas las reuniones sociales. Pero también hay personas que no sienten o sentimos que “todo cabe.” Sin entrar en descalificaciones, simplemente hay momentos en que uno siente que hay distancias que no son fáciles de salvar, sobre todo si uno piensa que la amistad es para hablar de algo más que del clima o de los resultados del fútbol del domingo.