El 21 de Septiembre de 1991 recibí mi ordenación como diácono. Y aunque se trataba claramente de un “paso” hacia la ordenación sacerdotal, tuve la fortuna de contar con buenos predicadores que nos inclucaron algo esencial: recibimos el ser “diáconos” que significa “servidores” no como algo pasajero sino como una identidad que debe acompañarnos toda la vida.
Así he querido vivir, y así deseo vivir, cada vez mejor, el don del sacerdocio: como un servicio que, según palabras de Santa Catalina de Siena, es ante todo llevar el misterio de la Sangre de Cristo a todos.
Gracias a mi comunidad dominicana y gracias a tantos que me han enseñado y corregido durante estos primeros 24 años de diácono y luego presbítero.