Terminado el tiempo pascual con la fiesta de Pentecostés, se cierra el gran ciclo Cuaresma – Pascua, que tuvo su comienzo unos tres meses atrás, con el Miércoles de Ceniza. Durante estas semanas, primero de recogimiento y penitencia, y luego de gratitud y alabanza, hemos centrado nuestra mirada en el misterio central de nuestra fe: Cristo, que por nosotros aceptó duro padecer, y luego humillante muerte, pero que ahora, levantado del sepulcro, vive y reina para interceder por nosotros. Esa contemplación no se queda afuera de nosotros sino que culmina en el asombro de vernos nosotros mismos transformados por la gracia y poder del Espíritu Santo. Es lo que celebramos en Pentecostés. ¿Qué sigue ahora, entonces?
Litúrgicamente estamos entrando al Tiempo llamado “Ordinario.” Este adjetivo no indica baja o menor calidad sino que hace alusión a “ordo,” en latín, que quiere decir: orden. Nuestros ojos no se apartan de Cristo, amor único de su Esposa, que es la Iglesia. Lo que sucede es que durante esta serie extensa de semanas, que llegará hasta fines de noviembre o comienzos de diciembre, llevamos un “orden”, un recorrido, una ruta para contemplar la vida y la obra, los milagros y las palabras de Nuestro Señor Jesucristo.
Así pues, hay que entrar a este nuevo tiempo litúrgico con ojos ávidos de la verdad y la belleza que Cristo y solamente Cristo tiene. Con la guía de una lectura progresiva, bien dosificada, de las lecturas del Antiguo y el Nuevo Testamento, avancemos como Iglesia celebrando, contemplando, escuchando y sobre todo, rindiendo el homenaje de nuestra obediencia a Cristo Jesús, a quien sea la gloria por los siglos.