El Primer Mandamiento de la Ley de Dios es “primero” en varios sentidos, sobre todo porque sin el amor todo lo demás vale poco y significa menos. Ya desde la primera mitad del siglo XX el Espíritu Santo había inspirado obras y caminos de santidad en la vida de los laicos, como decir la Acción católica, la Legión de María o el Opus Dei. Todo ello condujo a una visión positiva de la vocación del laico como aquel que, desde una experiencia de amor de Dios, expresa y traduce el reinado de Cristo en las realidades de este mundo.