La Teología de la Liberación, aun siendo un movimiento polimorfo, creo que ha conservado unidad en torno a algunos puntos que yo consideraría genuinos aportes; sobre todo dos:
1. La noción (problemática en sí misma, pero tremendamente fecunda) de pecado estructural. Aquella frase de Mons. Hélder Cámara conserva todo su mordiente: “Si alimento a un pobre me llaman santo; si pregunto por qué tiene hambre, me dicen comunista.”
Dirigir la atención a la estructura trae cosas muy buenas; por ejemplo, sirve para denunciar la hipocresía cuando sucede que ella se alía subrepticiamente con la piedad.
El riesgo es que un diagnóstico de estructura fácilmente conduce a una solución “estructural.” La experiencia del comunismo soviético debería convencernos de que los cambios estructurales, así sean mayúsculos, no son garantía real de mejores condiciones integrales para los pobres.
2. El pobre como lugar teológico. Toda la tradición católica ha reconocido la presencia de Cristo en el pobre (pensemos en un San Vicente de Paúl) y consecuentemente ha visto al pobre como destinatario privilegiado de las obras de misericordia (ahí están tantas comunidades religiosas fundadas en el siglo XIX para este propósito).
Lo nuevo es reconocer al pobre como fuente o lugar teológico, es decir, creer que hay una lectura particular de la Revelación que sólo despunta en medio de los pobres. Lectura “particular” sobre todo porque se une de modo casi sacramental con la praxis de Jesús mismo en los Evangelios.
Esto no aparecía tan claramente en la teología clásica. Para ésta parecía suficiente que el teólogo tomara el “dato” de la historia singular de Jesús, sometida a los azares de pertenecer a un pueblo oprimido y marginado. En la TL se quiere tomar en serio que, si él está en sus pobres, desde allí tiene algo que decirnos y no sólo algo que recibir de nosotros.
Esta dinámica nueva se presta para muchas demagogias, por supuesto, porque no han faltado los que se autonombren “voz de los sin voz” sólo para repetir las estrategias de búsqueda del poder que se han repetido al calco desde el grito de la Bastilla.
Mas si lo meditamos juiciosamente vemos que hay una riqueza inmensa e inédita en este modo de ver a la vez a Cristo y a sus pobres. Si esta riqueza se cultiva en comunión de Iglesia (y la Iglesia no subsiste si no es presidida por sus legítimos pastores) la TL podrá ofrecer sus mejores frutos.