176.1. Hay una palabra que resume bien todas mis invitaciones, exhortaciones y plegarias por ti: ¡evangelicemos! Con esa palabra en mente puedes y debes leer mi presencia en tu vida; con ella puedes y debes interpretar todos estos mensajes.
176.2. La verdad es que cuando fuiste creado, para el Evangelio fuiste creado. Esto no es nada extraño, pues de hecho todos los hombres han sido creados por Dios con la mirada puesta en su propio Hijo, el Divino Señor Nuestro, Jesucristo. Mas si te digo: “para el Evangelio fuiste creado” es porque el primer amor que Dios infundió en tu alma el día en que, para gozo de mi corazón, recibiste el bautismo, fue el amor a la obra misma de la gracia.
176.3. La gracia misma, como regalo bendito del Dios bendito, es propia de los Divinos Sacramentos, pero hay una gracia particular que es la que se apodera de algunas almas, haciéndolas particularmente sensibles al hecho mismo del acontecer de la gracia. Sin duda eres un agraciado, porque esta percepción, sostenida por Dios mismo durante años enteros de indiferencia tuya, es la que ves ahora florecer por el camino que te lleva tras Domingo de Guzmán.
176.4. Puedo decirte, en ese sentido, que la gracia de la predicación que has recibido es el aspecto exterior de esa Flor de tu Bautismo de la que hoy te hablo. Cuando la gente te ve predicar está viendo sólo eso que está afuera, pero yo puedo ver y hacerte ver que, sin mérito de tu parte, existe esa Flor que nadie plantó sino Dios mismo. Y la verdad que sólo plantada por él podía y puede sobrevivir, pues tú no eras ni eres todavía casa apropiada para su color ni jardín digno de su perfume.
176.5. Ahora puedes entender mejor la intensidad del amor que nos une, de lo cual te he hablado desde el primer mensaje de esta serie, y puedes conocer un poco de esa fuerza que nos hace empeñarnos juntos en la tarea que queda bien resumida con la palabra de hoy: ¡evangelicemos!
176.6. ¿Y qué otra palabra podría decirte? Lo único que de mí te he contado y lo único que en mucho tiempo te contaré es que estuve en la noche santísima de la Navidad y fui uno de aquellos enviados por Dios para alegrar con algo de luz y canto la noche y el silencio de los campos de Belén. Basta con que sepas eso para que tu sensible corazón pueda de algún modo representarme.
176.7. Y sólo por eso te lo digo: puesto que eres frágil en alto grado y tu mente flaca necesita de cierto apoyo, por eso están mis palabras aquí, como auxilio de tu intelecto y por eso te doy esa imagen de mí en Navidad, como dulce consuelo para tu imaginación y tu corazón.
176.8. Además, si me miras así, tu alma sentirá con más fuerza el ansia de unirse a mi voz. Yo soy una voz en la noche, un canto en el frío de la noche, una danza y cálido abrazo en medio de la noche. Y eso estás llamado a ser tú: una voz en la noche de este mundo, un canto en el frío que cala los huesos por falta de la caridad de Cristo, una danza y un cálido abrazo que haga nacer a nueva vida a muchos de tus hermanos. Yo en el Cielo y tú en la tierra, pero una misma misión una misma tarea condensada en una sola palabra: ¡evangelicemos!
176.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.