MARIA Y LA TRINIDAD
(Hech 1,14; Gal 4, 4-5; Lc 1,42; Mt 1,16)
Les invito a iniciar una reflexión sobre María en relación con la Trinidad. María, maestra de espiritualidad, preside la escuela de los hombres y mujeres que se dejan cincelar por las manos del Espíritu Santo. Así como el nacimiento de la Iglesia estuvo precedido por la compañía, la intercesión y la enseñanza de María con la comunidad apostólica, de la misma manera Ella intercede hoy, nos acompaña y nos educa desde el cielo para que construyamos en unidad la Iglesia del nuevo milenio. María desde el cielo continúa su misión materna de crianza y educación de sus hijos, los miembros del Cuerpo de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de sus hijos redimidos. Ella, maestra de espiritualidad, es nuestra guía como mujer experta en la vida de comunión con Dios, pues fue tabernáculo espléndido de la Trinidad.
La Escritura nos muestra a María en total relación con la Trinidad. Al hablar de la Encarnación y la Redención dice que el Padre envió a su Hijo, nacido de mujer, para rescatar a los que estaban bajo la ley (Gal 4,4). La encarnación en el seno de María fue por obra del Espíritu Santo.
Preparación al Jubileo del 2000
El Papa Juan Pablo II, con ocasión del jubileo del año 2000, invitó a todos los católicos a una preparación de tres años con una estructura trinitaria. El primer año (1997) se centraba en la reflexión sobre Cristo, el segundo, en la Persona del Espíritu Santo, y el tercero tomando la Persona del Padre como punto focal de referencia. Invitó a contemplar en esos tres años la figura de María, relacionada con cada una de las tres Personas divinas. En efecto se descubre en María una vocación trinitaria: Hija predilecta de Dios Padre, Madre del Dios Hijo y Sagrario del Espíritu Santo, pues concibió en su seno al Verbo por obra del Espíritu Santo. Iniciemos, pues, nuestra contemplación de María en relación con el misterio trinitario, ya que ella es Hija predilecta del Padre, Madre del Hijo de Dios encarnado y morada del Espíritu Santo (Cf. LG 53), que la santificó y purificó.
María, “Hija predilecta del Padre”
El Vaticano II llama a la Virgen María la “hija predilecta del Padre” (LG 53), y añade que en esto aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra. Y es que Ella, como Virgen, supo abandonarse totalmente a la providencia del Padre. Es tan especial su filiación que la vive siempre en total abandono y entrega al Padre. Por eso, cuando el Padre le propuso ser la madre de su Hijo, Ella, asintiendo a su llamado a convertirse en madre del Redentor, le respondió con y obediencia total: “Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
Experiencia filial de María
San Pablo afirma que en Cristo el Padre “nos eligió antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser sus hijos” (Ef 1,4-5). María ha sido la primera en vivir esta experiencia filial. Su filiación la colocó en unión total con el Padre, llevando a cabo una situación espiritualmente paradójica. En efecto, en su Hijo Jesucristo, no solo era hija del Padre, sino también madre del Hijo. Ella vivía la paternidad de Dios al mismo tiempo como maternidad filial. Como su Hijo era todo del Padre y vuelto por completo al Padre, también María era toda del Padre y vuelta por completo al Padre, cumpliendo en todo su voluntad, como buena hija suya y como su sierva. Ella vivió su realidad filial correspondiendo de lleno al Padre en su servicio al Hijo y a sus hermanos. Confió todo su ser al poder del Padre.
Oración filial
La oración de María es oración filial. Esta característica aparece en el “magnificat”, que es un maravilloso himno dirigido al Padre de la misericordia por las maravillas que ha hecho en ella. Es un anticipo del que más tarde entonará Jesús: “Te alabo, Padre, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y se las revelaste a los sencillos” (Mt 11,15). Como perfecta orante, tiene como centro de su vida al Padre, de quien vive siempre pendiente y en quien encuentra la plenitud de su vida.
María, Madre del Hijo de Dios
La relación base de María con Jesús es su Maternidad. El Concilio de Éfeso, en el 431, dijo: “María es Madre de Dios”. En su maternidad divina se concentra el misterio de María. De Ella nació Jesús y Ella lo educó, cumpliendo un verdadero y peculiar peregrinaje de fe, desde el nacimiento a la resurrección y Pentecostés. Cuando reprende a Jesús por perderse en el templo, parece no haber comprendido aúna fondo la realidad profunda de su Hijo. La respuesta e su Hijo le obliga a “meditar” más a fondo su relación con él (Lc 2,19.51). Es la Nueva Eva asociada a Cristo, nuevo Adán. Todo lo que es María, lo es por ser Madre de Dios.
Madre de la Iglesia
Por ser Madre de Cristo es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de la Cabeza y de los miembros. Por Ella hemos nacido a Dios. En el Calvario adquirió María oficialmente su nueva maternidad: la maternidad espiritual de los discípulos del Hijo.
María, “sagrario del Espíritu Santo”
María es Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. Desde el momento en que María engendra a Jesús por obra del Espíritu la relación de María con el Espíritu Santo es de una trascendencia sublime. Ella se dejó envolver por el Espíritu, que la convirtió en Madre de Dios.
En su alma y en su cuerpo, María es sagrario del Espíritu Santo. Al mismo tiempo, sus entrañas purísimas son la nueva casa de Dios, que ha querido hacerse Hombre en ellas y habitar así entre nosotros. María es así el verdadero santuario del Espíritu Santo. Es sagrario vivo del Dios encarnado. Su apertura al Espíritu la constituye y la define: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,28). La encarnación de Jesús en el seno de María es el acontecimiento base de la singular relación entre el Espíritu Santo y al Santísima Virgen María.
La inhabitación del Espíritu Santo en María es superior a cualquier otra criatura. María ha sido convertida en una criatura completamente renovada y santificada por el Espíritu Santo. Por eso, nada tiene de extraño que “entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo” (LG 56).
Experiencia de comunión con Dios
“En el misterio de Cristo María está presenteya “antes de la creación del mundo” como aquella que el Padre “ha elegido” madrede su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad” (RM 8).
Esta estructura trinitaria de la existencia y del peregrinar terreno de María constituye la base de la espiritualidad mariana católica que es, antes que cualquier otra cosa, experiencia profunda de vida trinitaria. Y comporta un pleno abandono y confianza en la voluntad del Padre.
Al igual que María, nuestra madre en la fe (RM 12-19), la obediencia filial a nuestro Padre representa para nosotros, los cristianos, el inicio de nuestro itinerario hacia la plena comunión con Dios. Semejante obediencia es diálogo entre llamada de Dios y respuesta de la persona humana, entre lección y fidelidad, entre gracia y libertad.
Como el “sí” de María, el “sí” de todo cristiano al Padre significa confiar filialmente en su providencia, vivir en este horizonte de fe el propio presente y poner en manos del Padre nuestro propio futuro. En esta condición de abandono filial al Padre, nuestra vida se torna en un viaje seguro hacia nuestra meta final. ¿Qué importa, entonces, si el mar es tempestuoso, si la tierra tiembla, si el cielo está nublado, si la noche es oscura y fría, si no comprendemos todo, su los otros no nos aman, si nos sentimos solos? La fe nos dice que estamos
arropados por el amor del Padre que nos comprende y nos ama. Nuestra patria es Dios –Padre nuestro- rico en misericordia, que nos habla en la lengua del amor y de la misericordia. La espiritualidad mariana nos ayuda a vivir, con María y con su ayuda, esta realidad de amor filial a Dios, Padre nuestro.