173.1. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
173.2. Por las manos puedes conocer mucho de las personas. Gruesas y fuertes las del campesino; toscas y hábiles las del albañil; finas y ágiles las del citarista; expresivas, casi patéticas, las del pensador; gráciles y elocuentes las del predicador.
173.3. Con esta consideración en mente eleva tú la mente hacia las manos de Cristo, el amor de tu alma.
173.4. Cristo tiene de campesino, por su origen, por la humildad de aquella Galilea y porque ha venido a sembrar de gracia los surcos y terrones oscuros de la historia humana.
173.5. Cristo tiene de albañil porque Él es Aquel que puede “construir la casa,” ya que, sin su bendición, «en vano se cansan los albañiles» (Sal 127,1), y además, fue Él quien dijo que si el templo era destruido Él lo reedificaría en tres días.
173.6. Cristo tiene de músico, pues sólo en Él la Humanidad alcanza la melodía y la letra de ese «cántico nuevo» tantas veces proclamado en los antiguos salmos (Sal 33,3; 40,4; 96,1; 98,1; 144,9; 149,1). Si ya David pudo tañer suaves melodías que ahuyentaban los malos espíritus del lado de Saúl (cf. 1 Sam 16,15-21), cuánto más Jesucristo, cuyas manos pudieron alejar con poder a la enfermedad y echar con vigor al Enemigo.
173.7. Cristo tiene de aquella profundidad que ha hecho célebres a los pensadores, y en verdad a todos supera, pues sólo de Él se ha dicho que es la «sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24). Y no hay, comparado con Él, predicador elocuente, pues su enseñanza ha tocado esas regiones del corazón humano adonde nadie había podido llegar.
173.8. ¿Cómo son, pues, esas manos, donde toda súplica humana se vuelve oración, y toda dádiva celeste se vuelve bendición? ¿Cómo son,, si es verdad que en ellas se resume todo el trabajo de los hijos de los hombres y toda la ternura del Padre de los Cielos? ¿Cómo son las manos que pueden comunicar a la vez la delicadeza más fina y la fortaleza más grande? ¿Cómo son, si en ellas cabe el cansancio de los más desconsolados y el vigor de los más robustos? ¿Cómo has de mirarlas en tu mente enamorada, si a la vez están próximas a recorrer el mundo en busca de los enfermos y a fijarse a la Cruz esperando a los pecadores?
173.9. ¿Qué dirás de estas manos que no recibieron compasión y sí regalaron misericordia? ¿Qué poema cantaría la belleza de las manos del Autor de la Belleza? ¿Qué elegía podría llorar como se debe el horror de estas manos ultrajadas, amarradas, perforadas, ensangrentadas no de otro sino de sí mismo?
173.10. ¡Manos de Cristo, Altar de Dios que lleváis con varonil fortaleza el peso de la miseria del mundo y la Sangre que lava esta miseria! ¡Manos de Cristo, hospital de los tristes, de los acongojados y de los moribundos, oratorio singular de los ruegos más fervientes, testigos sublimes del amor que prefirió hacerse violencia y destrozarse antes que levantarse contra el hermano! ¡Manos de Cristo, suave poesía del madero enhiesto, hontanares bellos de la gracia bella, pequeños jardines con sólo una rosa roja!
173.11. No dejes, hermano, que reposen tus manos, hasta que un día, dulcemente atrapadas por las manos de Cristo, todo suelten de esta tierra y se abran en alabanza de los Cielos.
173.12. Deja que te invite a la alegría; Dios te ama, su amor es eterno.