EL ESPIRITU DE FILIACION

EL ESPIRITU DE FILIACION

(Hech 1, 4-14; 2, 1-47; Jn 1, 33; Lc 4, 14-19; Rm 5,5)

Les invito a descubrir lo que quiere decir la expresión “Bautismo en el Espíritu Santo” y cuáles son los efectos en las personas que lo reciben bien dispuestas. Jesús mismo, quien emplea esa expresión, alertó a sus discípulos sobre la importancia del Espíritu Santo y la necesidad de recibirlo. Por eso, les mandó no salir de Jerusalén a la evangelización del mundo sin recibir antes la “Promesa del Padre”. Les dijo: “Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días”recibirá la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los extremos de la tierra” (Hech 1, 5-8).

Convertirse en testigos de Jesús

Para poder evangelizar necesitamos ser llenos del Espíritu Santo, porque es a través de nosotros que actúa Él. Por eso, lo más urgente que necesita la Iglesia es una nueva efusión del Espíritu, que es tanto como decir que necesita un ejército de hombres llenos del Espíritu. Pero el Espíritu Santo no es algo que pueda ser producido por nuestros propios esfuerzos, ni siquiera puede ser “merecido”, porque es puro don del Padre, para convertirnos en testigos.

Ser testigos de Jesús no se realiza mediante métodos humanos, o con vagos sentimientos; es el Espíritu Santo quien hace testigos de Jesús. Los mismos discípulos que estuvieron con Jesús, necesitaron el Espíritu Santo para ser testigos del Maestro. Los apóstoles tuvieron la ventaja de ser instruidos por el Salvador en persona, lo vieron morir, resucitar y subir al cielo; sin embargo, hasta que no fueron bautizados por el Espíritu Santo en Pentecostés, no mostraron nada nuevo. Pero cuando el Paráclito irrumpió en sus almas, quedaron nuevos y abrazaron una vida nueva, siendo guías de los demás y haciendo arder la llama del amor de Cristo en ellos mismos y en los otros. Sino se da una efusión del Espíritu seremos falsos testigos o, en el mejor de los casos, personas emprendedoras, pero no testigos de Jesús.

Después de la ascensión de Jesús al cielo los discípulos se fueron al Cenáculo y allí se prepararon con María y recibieron el Bautismo en el Espíritu y su fuerza, que los convirtió en criaturas nuevas. Del Espíritu sacaron los apóstoles la fuerza para ser, en medio del mundo, testigos de Jesús resucitado. Con el Espíritu estaban preparados para la evangelización del mundo pues, no hay evangelización alguna sin el Espíritu Santo. En efecto, “el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización” (EN 75). Antes de iniciar Jesús de Nazaret su predicación “descendió sobre él el Espíritu Santo” (Lc 3,22) en el momento del bautismo y fue “conducido por el Espíritu Santo”(Lc 4,1) para prepararse en el desierto y “con la fuerza del Espíritu Santo” (Lc 4,14) volvió a Galilea a inaugurar su predicación en Nazaret; entró en la sinagoga, donde expuso su programa de evangelización, diciendo: “El Espíritu del Señor está sobre mí”” (Lc 4, 17-19).

La Ley del Espíritu

El Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia precisamente el día en que Israel recordaba el don de la ley, de la alianza, cincuenta días después de la Pascua, y salida de Egipto (cf. Ex 19,1-6). Por eso, dirá san Agustín: “Es un misterio grande y maravilloso: si os dais cuenta, en el día de Pentecostés ellos recibieron la ley escrita con el dedo de Dios y en ese mismo día de Pentecostés vino el Espíritu Santo”. Este hecho quiere decir que el Espíritu Santo es la ley nueva, que sella la nueva y eterna alianza. Esta Ley ya no queda escrita en tablas de piedra, sino en los corazones; ya no es una ley exterior, sino interior, es el Espíritu. Por eso, había dicho Ezequiel: “os infundiré mi Espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos” (Ez 36,27).

El Espíritu de Cristo

Cuando Cristo moría en la cruz dice el cuarto Evangelio: “Después inclinó la cabeza y entregó el espíritu” (Jn 19,30). Jesús, en la cruz, “entregó el espíritu“. Esto en el lenguaje de Juan, tiene dos significados: uno natural: se refiere la muerte física de Jesús: dio su último suspiro, murió; otro, místico y alude al Espíritu Santo, como don transmitido a los creyentes como consecuencia de la pasión glorificadora de Cristo: “entregó el Espíritu” a la Iglesia naciente. Jesús, en la cruz ha arrancado de toda la humanidad el corazón de piedra, o sea, todo el rencor, toda la enemistad y el resentimiento contra Dios, pues ha “crucificado al hombre viejo” y ha “destruido el cuerpo del pecado” (Rm 6,6). Ha absorbido nuestra muerte y, a cambio, nos ha dado su amor, su “Espíritu de hijo”. Todo esto lo expresa san Pablo llamando al Espíritu Santo “Espíritu de Cristo” (Rm 8,9) y diciendo que el Espíritu da vida “en Cristo Jesús” (Rm 8,2). El Espíritu Santo nos viene de Cristo y mantiene viva la memoria de Jesús, “da testimonio” de Él. El renueva todas las cosas. Cuando el Espíritu Santo viene y toma posesión de alguien, tiene lugar un cambio y esa persona pasa a ser una persona diferente. Así se vio en los discípulos de Jesús.

El Espíritu Santo es sanador

Desde el momento que nos posee el Espíritu Santo, algo maravilloso pasa en nuestra vida. Recibimos a Jesús como a nuestro Señor y Salvador y nos libera en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestro espíritu. El cambia nuestro corazón de piedra en corazón de carne, rompe los obstáculos y El mismo empieza a actuar en nosotros, a dirigir nuestras vidas, si así lo deseamos. Despierta en nosotros capacidades latentes para servir mejor a nuestros hermanos. Nos da las gracias necesarias para comprender un poco más los misterios de la Encarnación y Resurrección y nos da un hambre viva y nueva por la oración. Nos fuerza a dar testimonio con nuestra vida. Nos haced gritar a todo el mundo el nombre de Jesús, llenándonos de un amor especial por Jesús. Comenzamos a ser más y más como Cristo, ejemplo de entrega amorosa y de comunión con el Padre.

Crecer en el Espíritu

El Bautismo en el Espíritu Santo, es decir, nuestro Pentecostés, es solo el comienzo de una Vida Nueva. Seremos tentados como Jesús en el desierto, a donde había sido conducido por el Espíritu Santo. Pero, las tentaciones son una preciosa oportunidad para crecer en el fe y confianza en el Padre, en Jesús y en su Espíritu. Más aún, las tentaciones nos ayudan a salir fortalecidos y transformados, si sabemos aprovechar la oportunidad, sabiendo que el Padre está con nosotros en todo momento y que no permite que seamos tentados más de lo que podemos resistir.

La vida de Dios es dinámica en nosotros. Una vez poseídos por el Espíritu, deseamos compartir las maravillas que el Señor está haciendo en nosotros y en los demás. La vida nueva no se puede vivir a solas, nos lleva a vivir y a fortalecer la comunidad y queremos ser como Cristo con los hermanos. Empieza, para nosotros, a ser imprescindible la oración personal diaria, la oración comunitaria y empieza a gustar la oración de alabanza y de agradecimiento al Señor. Se hace necesario el alimento y meditación de la Palabra de Dios. También, Jesús, impulsado por el Espíritu Santo, dedicó muchas horas a la oración, hablando con el Padre con filial confianza e intimidad incomparable.

En contacto con la Palabra, ésta se irá haciendo carne en nosotros y lograremos que nuestra oración se convierta en vida cada día. Cristo Jesús es base fundamental de lo que vamos construyendo cada día en nuestras vidas y sentimos la necesidad de ayudar a otros.

La vida del Espíritu es dinámica

Una persona que ha recibido el bautismo en el Espíritu se puede comparar a un niño recién nacido, que por sí solo podría morir por falta de alimento y abrigo. Dios nos ha hecho de tal manera que dependemos unos de otros. Además, El se complace en manifestar su poder en comunidad. Es en la comunidad donde El derrama sus dones para el bien de la comunidad. El amor fraterno empieza a ser el signo visible de la presencia de Dios. Con ese amor vencemos las ataduras del enemigo, pues nos revestimos de las armaduras de Dios.