171.1. Es tiempo de que te habla de tu modo propio de pobreza, es decir, la fragilidad. Tal vez tú no recuerdes, pero yo sí me acuerdo de tu primera experiencia con este concepto: un letrero en uno de los lados de una caja de cartón para un televisor. Sólo un palabra, en notorias mayúsculas: “FRAGIL.” Sólo una palabra, ¡pero cuánto te dijo y cuánto dice esa palabra!
171.2. Tu mente de niño ya notó en aquella ocasión que ni las cajas de los juguetes ni las bolsas del pan tenían esa nueva palabra. Ni la comida ni el juego: dos realidades muy próximas a tu condición y a tus intereses. “Las cosas frágiles son cosas de la gente grande,” pensaste. Tu mundo no era o no te parecía un mundo frágil en aquella época.
171.3. Aquella caja se parecía a muchas otras cajas, pero, aparte de su tamaño, tenía un propósito: era la caja del televisor. Tú sabías bien que el televisor había que tratarlo con cuidado, pues te habían advertido esto muchas veces; y sabías que ese cuidado tenía que ver con algo más grande, algo de la “gente grande”: el dinero. Así pudiste asociar lo “frágil” con otras dos ideas que no son obvias: la idea de “cuidar” y la idea de “precio.” Hay que cuidar lo frágil, porque es precioso. Un pensamiento muy hermoso.
171.4. De aquella época viene también un nuevo matiz para esta palabra. En los juegos de aquella época, la voz de tu papá te advirtió más de una vez: “juegos bruscos con las niñas, no; las niñas son blanditas.” Aunque la fragilidad no aparecía aquí como palabra dicha, la idea estaba allí. Tal vez ya no recuerdes ese día, siendo tú muy niño, en que le oíste a tu papá la consabida advertencia sobre las niñas, y te preguntaste: “¿Será que ellas tienen menos huesos?,” una duda que sólo terminaste de aclararte en los cursos de anatomía, en el bachillerato. Por este camino asociaste lo “duro” con los huesos, con el ser hombre, y lo “frágil” con la carne, con lo femenino y con la belleza.
171.5. Estos dos últimos elementos asociativos son importantes porque el primero de ellos, que asocia fragilidad y femineidad, vino a causarte una especie de rechazo machista a las dimensiones frágiles de tu ser. La cosa no trascendió demasiado gracias a la prudencia y buen tino de tus padres que supieron entenderte bastante bien cuando las emociones se te desbordaban por ejemplo en el llanto. Aun así, una especie de cortina nubló tus ojos a muchos aspectos positivos de la fragilidad humana.
171.6. En cuanto al segundo aspecto, el vínculo entre fragilidad y belleza, vino a ser un saludable contrapeso del machismo que ha marcado tu ambiente en tantas cosas. Pronto notaste que la fuerza bruta estaba unida a la rudeza, y la rudeza a las inteligencias obtusas que precisamente intentan a base de violencia conseguir lo que no logran ni lograrían de otro modo. Tu gusto por el saber y tu deseo intenso de cultivar la inteligencia te llevaron a apartarte del burdo camino de la brutalidad propio de los que se sienten o creen “duros,” y, quizá sin tú saberlo, te fue acercando a los aspectos positivos de la fragilidad. Por aquella época la Providencia divina te mostraba por todas partes la belleza de la Virgen María. Fue como si Dios te hubiera entregado en sus manos y en su corazón virginal femenino y bello.
171.7. La verdad fueron precisamente la virginidad y la pureza del cuerpo y del corazón de María quienes le dieron un rostro radicalmente nuevo a la palabra “fragilidad.” Y en aquel tiempo podías asociar la belleza de una orquídea, la belleza de una preciosa obra de arte y la belleza de la Virgen, y sentir que es más grande y de todo punto notable conservar el bien frágil, y que esta misma conservación de lo frágil es como una suprema demostración de lo que es un poder “sabio,” en contraste y oposición con el poder “torpe” o mezquino de quien simplemente domina a otros. Con esta clave de interpretación ya pudiste entender un poco de la mansedumbre y la humildad de Cristo, pues ya comprendías que ser frágil puede ser también una nota característica de quien sabe reinar: un descubrimiento que en sí mismo no tiene nada de obvio.
171.8. Mas faltaba, y en cierto modo sigue faltando, el paso fundamental, a saber, el paso de la aceptación general de que Cristo es frágil, en el sentido expuesto, a la aceptación personal, serena e incluso agradecida, de tu propia fragilidad. Amado de Dios y mío, si has seguido hasta aquí mis palabras, dime: ¿en dónde quieres que aparezca la belleza de Dios y en dónde quieres que brille su poder singular si no es en tu fragilidad? Ahí donde es más fácil tu caída, ahí eres de veras frágil, y por eso: hay necesitas cuidado, pero también: ahí eres precioso; ahí puedes acoger y entender mejor el misterio de lo femenino, que no es cosa que concierna sólo a la mujer; ahí quiere decir Dios sus preciosas esculturas y ahí quedarán para la eternidad los matices más bellos de su obra en ti.
171.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.