170.1. Bendecir a Dios no es otra cosa que reconocer sus bendiciones. Cuando la bendición que Dios te da se vuelve palabra en ti, tú bendices al que te ha bendecido.
170.2. Hay muchas razones por las que es saludable para el corazón humano bendecir a Dios. La primera y más importante es la que nace de la esencia misma de la bendición: puesto que su origen y su término están en Dios mismo, cada vez que bendices a Dios estás estrechando más el abrazo de su amor que sale de Él como bendición que te abarca y vuelve hacia Él como palabra y canto que Él mismo hace brotar en ti. De este modo la palabra de bendición, o mejor: el saludable hábito de bendecir el Nombre de Dios te aprieta más y más en su corazón, como un niño que cada vez que le dice a la mamá: “Es que yo te quiero mucho” se hunde y aprieta más en la blanda carne del regazo amado. Semejante unión es, con mucho, lo más deseable para el alma humana que goza de buena salud, porque es su modo propio de acercarse al fin para el que fue creada.
170.3. Otro bien que traen las bendiciones, es que acostumbran tu memoria a reconocer el paso de Dios. La sola expresión “¡Bendito sea Dios!” es toda una clave de inteligencia de lo que Dios ha hecho en tu vida. Es así como lees en el Evangelio de Lucas que Zacarías, cuando al fin se le desata la lengua, lo primero que exclama, como resumen de lo que su mente contempla de la obra divina en él mismo y en su pueblo, es “¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel!” (Lc 1,68). Acababa de padecer dura reprimenda por su incredulidad a las palabras de Gabriel, y sin embargo, las palabras que quebrantan su mudez no son de queja ni de reproche sino sólo de bendición. En efecto, Dios no empezó a bendecirlo cuando le devolvió la voz sino ya incluso cuando se la quitó. No es sólo la caricia sino también el castigo lo que merece bendición, pero esto sólo lo entiende el que recibe bendición en su memoria.
170.4. Las palabras de bendición son también una escuela magnífica de predicación. Pues, ¿qué es predicar, sino hacer resonar las bendiciones de Dios, singularmente esa Bendición por excelencia, a saber, habernos regalado su Palabra, con la que todo el Universo encontró motivo inefable de gozo y alabanza? Por eso está muy bien esa suave cadencia de las palabras que lees en el escudo de tu Orden: laudare, benedicere, praedicare: alabar, bendecir y predicar: en el fondo, una misma acción que se une a la eficacísima acción de la gracia divina en una secuencia que empieza en la contemplación que adora y culmina en la predicación que conmueve y arrebata. ¿Quieres, entonces, encontrar los mejores predicadores? Búscalos entre la gente que sabe bendecir de continuo y con amor el Santo Nombre de Dios.
170.5. La palabra de bendición tiene otro fruto no menos suave y amable: la unión de afecto y corazones entre los hombres. Mientras que en las cosas pequeñas, como pueden ser los gustos por tal o cual alimento o por tal o cual vestido hallarás los más diversos pareceres, en las cosas grandes a pocos encontrarás que no busquen y amen lo que tú buscas y amas. Dios hizo distintas pero no opuestas a las creaturas racionales, y precisamente en cuanto las hizo así capaces de aspirar a la verdad por la razón y al bien por la voluntad, las hizo sumamente próximas en lo que estaba más próximo a Él mismo.
170.6. Buen ejemplo de esto lo tienes en la misma amistad que nos une. A ti te interesa el sueño de la noche, cosa que a mí no me importa; yo busco con toda ansia la adoración que tú sólo por tiempos pretendes. Pero cuando bendices a Dios tu voz de algún modo me alcanza, y, hecha una trenza con la mía propia, roza los dinteles de la Casa de Dios. Por eso te digo: gente que bendice es gente unida, entre sí y sobre todo con Dios. Es ésta una cualidad tan propia de la bendición, que puede faltar incluso en otras formas lícitas de oración cristiana. Puede lícitamente darse que un esposo pida de buena fe algo, y que su amada esposa pida de buena fe exactamente lo contrario. Si en alguna ocasión resultare que dicen en voz sus peticiones, ¿no vendrá a suceder que, aun tratándose de plegarias piadosas y hechas de buena fe, les resulten en alguna medida dividiendo y separando? Cosa parecida jamás se dará entre corazones acostumbrados a bendecir a Dios.
170.7. Y un último bien de las bendiciones quiero subrayarte: su estabilidad, más allá del tiempo, y por tanto el modo como preparan el alma para la eternidad. Mientras que aquello de lo que te arrepentías ayer no tiene que producirte hoy los mismos afectos de ayer, y aquello que ayer pedías u ofrecías hoy quizá no lo pedirías o no lo ofrecerías con idéntico impulso, nota que tus bendiciones de ayer, precisamente por generosas y bellas hoy están tan frescas y lozanas como ayer lo fueron, y si mañana las buscas de nuevo las encontrarás jóvenes y tersas, como flores cuajadas de rocío del alba.
170.8. Bendice, pues, hermano, ¡bendice a tu Dios que te ha bendecido tanto!
Nota: el mensaje 169, por excepción, se refería a un hecho solamente personal, que debía ser tratado en su momento con el Provincial.