168.1. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
168.2. Una pequeña hoguera es menor que un gran incendio. Pero muchas hogueras pequeñas hacen más que un inmenso incendio. No puedes reemplazar las fogatas que arden en cada casa y dan suave calor a los habitantes de cada hogar con una conflagración espantosa que deja sin casa y sin hogar a una multitud.
168.3. Dios sabe esto mejor que tú y que yo, y por eso el cambia el mundo temperando el rigor de lo que habría que hacer con las limitaciones de lo que puede recibir la debilidad humana. Y así el Dios infinito se deja sentir en suave tibieza y discreto murmullo, tan discreto, en verdad, que no faltan los que temen que simplemente no está.
168.4. Dime, un sol que de pronto mandara bolas de fuego incandescente a la Tierra, ¿no sería un sol muy “torpe”? Y una nube que resultara enviando moles líquidas de toneladas de agua, ¿no sería una nube muy “tonta”? El sol que hace bien es aquel que tiene la paciencia de peinar cada espiga y acariciar cada racimo. La nube que hace bien es la que baña con delicadeza a las orquídeas y no destruye los frágiles nidos de los gorriones.
168.5. Así, y mucho más y mucho mejor, obra Dios. Tú ya sabes que Dios provee; lo que te hace falta descubrir con plena conciencia es que su providencia sapientísima todo lo abarca: tus esperanzas, las luces de tu inteligencia, la gente con la que te encuentras, el dolor por tus faltas y el gozo por el bien en flor, en fin, todo, absolutamente todo lo tuyo y a ti mismo.
168.6. Dios provee con lo que da y con lo que niega; con lo que dice y con lo que calla, con las preguntas que te acosan y las respuestas que aún no te satisfacen, con os ejemplos que te edifican y los escándalos que te desalientan, con el orden que de pronto descubres y el caos que, un momento después, te desconcierta; Dios provee con la paciencia de Él y la impaciencia tuya, con los mandatos que le desatiendes y los anhelos de servirle que de vez en cuando te sobrecogen.
168.7. Jamás cesa su reino; jamás deja Él de reinar; aún más: la “calidad” de su gobierno no declina, aunque quizá sí decline la luz de los hombres para entender por qué él hace lo que hace y deja de hacer lo que deja de hacer.
168.9. Ante semejante amor, ¿qué decir, qué hacer, sino bendecir a boca llena tanta bondad? Ves así con diáfana claridad que es más sabio empezar por amar agradecer y alabar, que empezar por tratar de analizar y entender. No es que el amor elimine la comprensión, sino que un querer tan lleno de bondad no puede entenderse sino participando de esa bondad.
168.10. Deja que te invite a la alegría; Dios te ama, su amor es eterno.