Es claro por qué no puede afirmarse la condenación de nadie: la Escritura nos brinda el testimonio de aquel hombre que se convirtió a las puertas de la muerte. Muchas cosas pueden suceder en esa hora.
¿Por qué sí puede afirmarse la salvación de alguien? La Biblia misma nos da la pauta en el primer mártir, san Esteban. Este hombre, que seguramente algún pecado había cometido en su vida, muere diciendo que ve los cielos abiertos, y su ofrenda tiene una completa semejanza con la muerte de Cristo, como Lucas se complace en señalar (cf. Lc 24,34 y Hch 7,60; Lc 24,46 y Hch 7,59).
El Apocalipsis cuenta entre los habitantes del Cielo a aquellos que han dado su vida por Cristo; así, Santiago, declarado muerto en Hch 12,2 aparece como cimiento vivo de la Iglesia Victoriosa en Ap 21,14.
Nada de extraño, entonces, que los cristianos recordaran como ‘dies natalis’ (día del nacimiento) a aquellos mártires, que fueron los primeros en ser declarados ‘santos’, según el sentido que damos hoy a esa palabra. La Iglesia, eefecto, como muestra el mismo Apocalipsis es una realidad que trasciende la muerte, pues no salimos de la Iglesia cuando salimos de esta vida. Por eso, porque la Iglesia toca el Cielo, sabe reconocer la obra del Espíritu que viene de lo alto. Y porque la Iglesia no toca el Infierno, no tiene poder para declarar quién ha llegado allá.