¿Se puede “exportar” el proceso de paz que ha conducido a que el IRA deje las armas? ¿Es traducible a otros contextos, como decir, la violencia en Colombia?
Si uno mira los factores implicados, hay elementos comunes con Colombia. No por nada se preocuparon tanto las autoridades colombianas con el caso de los tres irlandeses aquellos, a los que finalmente se condenó por entrenamiento a las FARC. Los hechos apuntaban a que ellos pertenecían al IRA.
Otro elemento común es el lenguaje de reivindicación social que estuvo siempre en la base del discurso revolucionario, tanto en Irlanda como en Colombia.
Y otro más es el recurso al terrorismo, en diferente escala, pero en ambos casos presente.
Hay también diferencias. Toda la población de Irlanda cabe en la mitad de la ciudad de Bogotá. Irlanda no tiene selva: las células del IRA son todas urbanas, y la ciudad crea otros vínculos y otro modo de relacionarse con el tejido social. Por lo pronto, uno sabe que las FARC o el ELN han podido crear prácticamente pueblos enteros en la jungla o los llanos infinitos del Oriente colombiano. Y uno sabe que allí crece la ilusión de ser físicamente “otra Colombia.” Algo así no fue nunca realmente posible para el IRA.
Otro aspecto es que el elemento religioso ha sido históricamente un ingrediente importante en la definición de los términos del combate irlandés. La dominación británica, inextricablemente unida a la Reforma, tuvo siempre un ingrediente de imposición de una fe, no en el sentido de obligar a la conversión sino en el de reducir lo católico a un adjetivo auto-descalificante, algo muy parecido al sistema de castas de la India, o al Apartheid de Sudáfrica. La actitud del IRA, especialmente en sus orígenes, sólo podía ser de lucha simultánea contra el dominio británico y contra la discriminación de la fe católica. Tal ingrediente no se da en Colombia. Si bien es verdad que en algún momento ha habido sacerdotes como Camilo Torres o el Cura Pérez involucrados en la lucha contra el sistema, su palabra y su ejemplo no podrían llamarse representativos de la fe católica colombiana.
Pero creo que la diferencia esencial, la que hará que el proceso de paz en Colombia siga otros caminos, es que la prosperidad y la cierta sensación de justicia que vive Irlanda se ven ambas muy lejanas de Sur América. No hay una “Comunidad Económica Europea” que pueda cambiar sustancialmente el panorama de inversión extranjera en Colombia y los procesos internos de crecimiento tienen que lidiar primero con el egoísmo insaciable de las élites y con la voracidad de los mercados internacionales.
A la larga eso deja pocas opciones. La gente se queja de que Chavez se aproxima descaradamente al estilo (y la persona) de Fidel Castro; igual se quejan de la inestabilidad ecuatoriana y boliviana, de la cola de escándalos de gobierno en Brasil, y de la “mano dura” de Uribe. Pero, ¿realmente puede Suramérica buscar otras vías bajo las condiciones internas y externas actuales?
La alternativa sería fortalecer alianzas regionales, como Mercosur, o en otro nivel, y con las restricciones del caso, el Tratado de Libre Comercio. En la medida, sin embargo, en que los bienes de prosperidad de estos acuerdos tarden en llegar a todos los renglones de la sociedad, también se retrasará la hora de la paz en países como Colombia.