153.1. ¿Quién había hablado del Reino de Dios como el bienaventurado Señor Jesucristo? Y sin embargo, sus palabras, tan nuevas, venían a calmar la antigua y agobiante sed del alma humana. De este modo, lo último, es decir, aquello que llegó sólo por Cristo, vino a unirse de manera admirable con lo primero, esto es, con el hambre profunda del corazón del hombre.
153.2. Por eso, aunque es verdad que Cristo tuvo su comienzo en las entrañas de la Santa Virgen, también es verdad que la imagen de Cristo estaba ya patente desde Adán, pues ya en él el hambre dibujaba como en negativo el brillo que iba a tener aquel que había de venir como dulce y saludable alimento.
153.3. En este sentido cabe hablar de Cristo como “Primogénito de toda la creación” (Col 1,15), pues Aquel que en el tiempo fijado llegaría para recapitular en sí todas las cosas, ya desde el principio la razón de que todo fuera creado, y el modelo por el que todo fue creado y la respuesta a la que, por ministerio de los hijos de Adán, tenderían todas las preguntas y búsquedas de tan extensa prole.
153.4. Por ello también es verdad que Cristo ya de algún modo está en todo hombre por el solo hecho de ser hombre, si bien es cierto que esta presencia, que la teología de la Iglesia llama “en semilla,” existe sólo para germinar y crecer, al contacto saludable con la oración y la predicación de la Santa Iglesia.
153.5. Es motivo, pues, de gratitud, el que Cristo haya condescendido en orden a la salvación, desde el comienzo de la creación; mas esta gratitud sólo alcanza su tono propio cuando la creación misma, renovada al contacto con la Unción que hizo Cristo al Cristo se vierte con abundancia en su Cuerpo y llena con su perfume al Universo.
153.6. Haya júbilo en tu alma y agradecimiento encendido en tu corazón.