PERDONAR A DIOS: Les invito a que reflexionemos ahora sobre los tres niveles fundamentales del perdón: el perdón a Dios, el perdón a sí mismo y el perdón a los demás. En cuanto al perdón a Dios, las dos palabras no parecen ir juntas. Sin embargo casi todos guardamos en nuestro interior resentimientos contra Dios, además de forjarnos falsas ideas acerca de El. Ya hemos visto que el perdón se centra en el amor de Dios. Cuando la persona está centrada en el amor de Dios, cuando descubre que es amada por Dios, por un Dios que nos acepta como somos, desaparecen muchísimos problemas.
Es importante darnos cuenta de que, aunque oremos mucho, participemos en retiros, en muchas Eucaristías, es necesario recibir la revelación de Jesús, el descubrimiento del Dios vivo y verdadero, de lo contrario podemos vivir con grandes desconfianzas y resentimientos frente a Dios, sobre todo en momentos difíciles, cuando pensamos que Dios se olvidó de nosotros, nos envió ciertas desgracias, cuando pudo habernos liberado de ello.
Falsa idea de Dios: Mientras no tengamos un verdadera idea de Dios, recibida en nuestro encuentro diario con la Palabra de Dios, en la oración, en los sacramentos, es imposible confiar en El, entregarnos del todo a El. Si Dios es para mí: un Dios muy atento a que yo cumpla todo lo que se me pide, de lo contrario tampoco Él cumple con todo lo que yo le pido; un Dios que, si me porto bien con El, con los demás, El se porta bien conmigo; un Dios juez, que me sigue paso a paso, como con un lupa en la mano, al igual que un científico que observa a un bicho raro; un Dios listo para condenarme tan pronto como yo dé un paso en falso; un Dios que tiene que devolverme cien por uno, cuando yo soy atento con él, me porto bien, no desobedezco ninguno de su mandamientos ni órdenes; un Dios que tiene que evitar el dolor en mi vida, los sufrimientos, las dificultades, que me castiga ya en esta vida. Con frecuencia le atribuimos a Dios los desastres más significativos de nuestra vida. Como aquel hombre, que estaba muriendo de cirrosis, ocasionada por beber en exceso. Su pregunta era: ¿porqué Dios me está castigando? Atribuyendo a Dios la enfermedad causada por su desorden en el beber. Si estas son las ideas que tengo de Dios, ese no es el Dios de Jesús, el Padre suyo, mi Dios, sino un Dios que me he forjado yo mismo según mis propios intereses y que nunca me dejará vivir como un verdadero hijo del Padre celestial al estilo de Jesús, nuestro hermano mayor.
Un sastre judío: Veamos la historia de un sastre judío que un día terminaba sus plegarias y, al salir de la sinagoga, se encontró con el rabino. – ¿Qué has estado haciendo en la sinagoga, le preguntó el rabino.- Estaba rezando. – Y ¿qué, confesaste tus pecados? – Sí, rabino, confesé mis pequeños pecados.- ¿Tus pequeños pecados? – Sí, confesé que a veces corto mi tela por el lado delgado, que a veces hago trampa para ganar un par de centímetros de un metro de lana. – ¿Le dijiste eso a Dios? – “Sí, rabino, y más. Le dije: Señor, yo engaño en pedazos de tela. Pero, Tú permites que los bebés mueran, que enfermos muy queridos sufran permanentemente. Hay tantos inocentes que padecen cáncer y otras enfermedades. Y Tú no haces nada por remediarlo. En cambio a tantos que son tramposos, injustos con los demás, borrachos, estafadores, les aumentas su fortuna, su bienestar. Pero te propongo un trato. Tú me perdonas mis pequeños pecados y yo te perdono a ti los grandes”. El sastre judío, como tantos de nosotros, atrapó a Dios para pedirle cuentas.
Otra persona sufrió el dolor indecible de ver morir a su hijo antes de cumplir los 15 años. Y así le preguntaba a Dios: ¿en dónde estás, Dios, y qué es lo que estás haciendo cuando la gente buena sale lastimada, profunda e injustamente? ¿Tantas personas buenas son capaces de perdonar a Dios, cuando los ha abandonado y desilusionado al permitir la mala suerte, la enfermedad, la crueldad?
Momentos de oscuridad: En nuestra vida diaria pasamos por períodos de tribulación, de tristeza, de infelicidad, cuando caemos en la tentación, cuando perdemos alguno de nuestros seres queridos, cuando padecemos enfermedades graves, cuando quedamos sin empleo, cuando nos roban. Muchas veces atribuimos a Dios esas tribulaciones. Decimos: Dios me castigó. ¿Qué mal he hecho para que me viniera esta adversidad? ¿Porqué ha permitido Dios que me sucediera esta desgracia? Erróneamente culpamos a Dios de nuestras desgracias y nos enfadamos con El.
No nos damos cuenta que si caemos en la tentación, la culpa es nuestra. Así lo afirma Santiago: “ninguno, cuando sea probado, diga: ‘es Dios quien me prueba; porque Dios ni es probado por el mal, ni prueba a nadie” (Sant 1,13).
Unión con Cristo: Ante el sufrimiento propio o de nuestros seres queridos, podemos acordarnos del sufrimiento de Jesucristo por nuestra salvación. Y de lo dicho por el apóstol: “cuando nos encontramos en alguna prueba, es para que tengan consuelo y salvación al soportar pacientemente los mismos sufrimientos que Cristo sufrió por nosotros” (2Cor 1,5-6). Recordar, igualmente, que en esta vida tenemos que participar en los sufrimientos de Cristo: “me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes; así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo” (Col 1,24). No olvidarme de comulgar con Cristo en sus padecimientos “hasta hacerme semejante a El en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Filp 3,10-11). Además, alegrarnos “de participar en los sufrimientos de Cristo; de ese modo, en el día que El venga glorioso, ustedes estarán también en el gozo y la alegría” (1Ped 4,13). No debemos reprimir el grito de los que sienten que Dios los ha abandonado en medio de las tormentas del dolor.
Perdonar a Dios: Si he tenido una falsa idea de Dios, si lo he culpado porque no entiendo cuál debe ser mi actitud ante el dolor y la prueba, tengo que pedirle perdón. Parece una herejía decir que tengo que perdonar a Dios. Pero, necesito perdonarlo por lo que he imaginado de él totalmente contrario a la realidad de su infinito amor.
A veces no logramos creer que Dios nos ama. Y es porque alimentamos resentimientos contra El. A medida que aceptamos que tenemos que perdonarlo, en ese mismo momento empieza a modificarse la idea personal de Dios. Necesitamos, por tanto, perdonar a Dios. Digámosle:
Señor, regálame poder estar contigo y perdonarte en este momento. Primero que todo, confieso que muchas veces he sentido resentimiento contra ti, que mis sufrimientos eran ocasionados por ti; que era voluntad tuya que yo sufriese. He llegado a sentirme amargado y a tener resentimientos contra Ti, por las veces que la muerte llegó a mi familia. Por la enfermedad, los momentos difíciles, las dificultades financieras, las oraciones no respondidas. ¡Perdóname, Señor, por mi desconfianza contra ti al pensar que no escuchas mi oración, que no me atiendes como lo haces con otras personas. Hoy me das oportunidad de perdonarte el mal que te he atribuido. ¡Hoy me explico algunas actitudes mías, bastante negativas, en el campo de la fe y de la oración. Te perdono por las veces que pensé que tú me enviabas ciertas enfermedades, accidentes, la muerte de algún ser querido, pues la gente decía que eso era voluntad de Dios o castigo por determinados pecados. ¡Hoy acepto de corazón lo que ha sucedido en mi vida, pues tú eres mi Padre y me amas de corazón! Ahora comprendo que tú has querido convertir el dolor en bendiciones para mí. ¡Te confieso como mi Padre querido! Quiero entregarte mi amor, signo de mi perdón total. ¡No más rencores contigo! Bendito seas, mi Señor y mi Dios, mi Padre amantísimo.