[Retiro para formadores, misioneros y superiores, ofrecido a las Hermanas Dominicas Nazarenas, en Sasaima, Colombia, Diciembre de 2013.]
Tema 5 de 8: Raíces del Modernismo
* Al revisar la raíz de la “perplejidad” dominante en nuestro tiempo llegamos al subjetivismo. No es un simple capricho de moda. Tiene raíces históricas que lo vinculan a un movimiento cultural largamente gestado y realizado. Hablamos del modernismo.
* Partimos del siglo XII, en que se destacan dos fenómenos: el surgimiento de las universidades, y el desplazamiento, motivado por el comercio, del polo de desarrollo hacia los “burgos,” que luego serían las grandes ciudades. En ambos casos hablamos del despuntar de nuevas formas de poder: el estudio y el comercio, que vendrán a competir cada vez más frontalmente con los poderes hasta entonces consolidados en la sociedad de cuño cristiano,a saber: el clero y la nobleza. Singular atención merece la Universidad de Bolonia, que lidera la búsqueda de un ordenamiento estrictamente “civil,” es decir, ligado a la “civis,” y no conectado entonces con la asamblea de los fieles, la “ecclesia.”
* El siglo XIV es, en general, tormentoso para la Iglesia. Los varios episodios de la devastadora peste han hecho colapsar el ordenamiento social y eclesial, privando a Europa de cerca de una tercera parte de sus habitantes. Muchas vocaciones de pésima calidad, sin casi instrucción alguna, deben asumir improvisadamente lugares de responsabilidad. De otra parte, las luchas intestinas en tierras italianas hacen que el Papa tema por su vida y entonces se abre un tiempo, de cerca de setenta años, en que el Obispo de Roma no habita en Roma sino en Aviñón, con el agravante de una curia mundanizada en todos sus aspectos. El final de este siglo encuentra a la Iglesia dividida en su cabeza, por el Cisma de occidente, que durará unos 40 años. La credibildiad de la Iglesia quedará resquebrajada de modo casi irreparable.
* El siglo XV es el tiempo en que las grandes ciudades comerciales de Italia ven llegada su oportunidad de florecer. Su modelo de crecimiento no será la comunidad cristiana, que se antoja atrasada y desprestigiada. Aquellos hijos de ciudades miran a las urbes de la Antigüedad y se consideran gente del “renacer;” consideran que en ellos y con ellos se da el Renacimiento de la gloria del mundo antiguo, idealizado como lugar de literatos, sabios, artistas y grandes hombres. A pesar de que la Iglesia aprovechará los talentos de algunos de los más notables renacentistas, el movimiento como tal surge al margen de la fe y su orientación no es el reino de Dios sino la gloria del hombre.
* El el XVI las cosas llegan a un punto de no retorno. Para Martín Lutero la autoridad decisiva no es ya más la Iglesia, a pesar de todas sus bulas y rescriptos. Lutero está convencido de que no haya nada por encima de su Biblia y su conciencia. Es un hito importante en la consolidación del subjetivismo y la autonomía cerrada que se impondrá después. Otro reformador protestante, Calvino, considera que puede organizar la sociedad humana según la Palabra de Dios omitiendo con plena conciencia todo el legado de quince siglos de cristianismo, simplemente porque ese cristianismo ahora está asociado con el catolicismo.
* Los avances espectaculares de la ciencia moderna, basada en el lenguaje matemático y la verificación por vía de experimentación, abrirán un capítulo nuevo en esta historia. Los hombres de fines del XVII y los del XVIII ya dejan a Dios un lugar sólo simbólico. La Biblia no les parece palabra “de Dios” sino un episodio más en la historia de las supersticiones y clericalismos. No son cristianos, pues les parece ridículo pertenecer a una religión: estos ilustrados y enciclopedistas son “deístas”: Dios queda en su discurso pero únicamente de modo anónimo, lejano y mudo.
* El siglo XIX dará el paso lógico: sacudir la idea de ese “dios” disecado e inútil. El ateísmo hace entrada arrogante en la escena pública y la fe ya solo puede ser un adorno, un capricho, o más probablemente, un estorbo. Para Engels o para Nietzsche, la tarea no es seguir discutiendo a Dios, porque Dios “ha muerto;” para ellos la tarea es construir la sociedad humana, y para ello, cuantos menos estorbos e interrupciones, mejor.
* La reacción de la Iglesia es comprensiblemente drástica: El Syllabus del beato Pío IX, y luego la encíclica “Pascendi” de San Pío X quieren dejar meridianamente clara la verdad católica por vía de denuncia de los enemigos de la fe.
* Otros intentan una vía de negociación. El caso más sonado es el de un sacerdote francés, Loisy, que pretende que la Iglesia asuma la manera de conocer de la ciencia, ys us resultados, con la autoridad y peso que antes se concedía solo a la autoridad apostólica. Tal es el modernismo: la pretensión de medir la fe por el tamaño de la aceptación que tenga, a la luz de la subjetividad racional, primero, pero también, ante la fuerza d elas presiones sociales, los gustos, o las conveniencias del sujeto.