Advertencia: el lenguaje explícito, aunque respetuoso, de la presente entrada puede parecer inapropiado o desagradable a algunos lectores. En principio no se recomienda este texto a menores de edad.
La idea de que el sexo es un pasatiempo, un estimulante o un modo de levantarse el ánimo o la autoestima tiene consecuencias que no son obvias y que sólo emergen ante el paradigma del onmipresente “mercado.” Esta vez, sin embargo, no quiero referirme a los efectos económicos a los que aludí antes, sino a ese otro uso metafórico de la palabra que se dice con un guiño en parte cínico, como cuando una persona termina de resolver los asuntos de su divorcio (¿express?) y se dice que está volviendo “al mercado” porque de nuevo queda disponible para ligar con otros u otras.
La condición metafísica del sexo en cuanto extroversión que toma como meta primaria el cuerpo de otro ser humano es sencillamente única, compleja y no exenta de belleza. Pero tiene una injusticia innata: mi deseo no necesariamente es proporcional a los patrones de gusto de los demás, de donde puede pasar, y pasa, que mi demanda no se compadece con mi oferta, o sea, con lo que yo ofrezco en cuanto cuerpo.
El desfase, tan frecuente, entre la oferta y la demanda propicia una serie de compensaciones cuya forma más sencilla es la prostitución–que hizo tan famosa a Corinto en la Antigüedad. El hombre, digamos, que paga los servicios de una cortesana sabe que su propio cuerpo no es suficiente para el deseo, la alegría o la satisfacción de ella, y entonces completa en dinero lo que hace falta.
Otras situaciones son menos obvias pero no menos comunes. Una esposa que ha gastado su juventud siendo fiel y generosa con el esposo y los hijos de pronto ve con temor que su cuerpo es poco para esa idea implacable del mercado, y luego contempla con terror cómo la juventud de una advenediza interesa más que todo el amor de ella. Esto desde luego muestra que el terreno de la pura sexualidad-genitalidad engendra injusticias pavorosas, que no se limitan a la esposa sino que repercuten con dureza en los hijos. Precisamente por ello la institución llamada “matrimonio” quiere dar una estabilidad que el puro mercado de los gustos y los placeres jamás tendría.
Quienes no valoran el matrimonio se ven obligados a quedarse con la lógica del puro mercado. Su única respuesta es la Ley del Talión: enseñar a las mujeres a ser infieles e independientes para que cuando el hombre sea infiel ellas sepan pagar con la misma moneda sin pedir permisos a nadie. Es como querer resolver la inseguridad de una ciudad regalando garrotes a todos.
No sólo las mujeres fieles ya mayores sufrirán por la lógica espantosa del mercado. ¿Qué sucederá con los viudos, los célibes, los feos, los gordos, y sobre todo, con los niños? Todos ellos quedan automáticamente clasificados como “carne de segunda clase” que puede ser atrayente pero que, o no puede atraer o no puede hacer valer fácilmente sus derechos si alguien se siente atraído por ellos. nuestra sociedad de “bonitos / delgados / eternamente jóvenes / infinitamente sexualizados” crea un sistema de castas que arrincona en la soledad a una proporción dolorosamente alta de la población.
El sexo “liberado” ha de tener entonces un rostro harto distinto de lo que suele proponerse. Una visión humana de la sexualidad tendrá siempre una palabra para los que más necesitan y menos tienen que ofrecer. Cualquier otra cosa se llama rapacidad; crueldad vestida de rosado.