Hay un abismo cultural entre la manera anglosajona y la manera mediterránea de ver la vida. Detrás del Anglicanismo no hay sólo la historia de un hombre ambicioso y corrupto, Enrique VIII. El cisma iniciado por él jamás hubiera tenido fuerza sin la base social que le precedía y que de algún modo vino a legitimar los caprichos del monarca de las tantas esposas. No conviene, por ello, leer al Anglicanismo como un accidente en los afectos de un hombre: los desencuentros con Roma tienen raíces anteriores y más hondas. Mi opinión es que sin conocer la naturaleza de los hechos poco podemos hacer para avanzar en la unidad entre los cristianos. Y poco podremos también proponer para la evangelización del resto del mundo; porque es un hecho que algo falta en el modelo misionero que rindió frutos notables en Sur América pero que luego se ha quedado corto frente al Islam, Africa, en su mayoría, y el Lejano Oriente.
Entre tantos temas que se relacionan con la densa entraña del mundo sajón yo destaco su modo de ver la relación entre el lenguaje, la verdad y la realidad. No me resulta fácil explicarme y por eso pido iluminación a Dios y paciencia a todos.
Empecemos con una anécdota. Siendo niño supe que existía en mi país, Colombia, una especie de suprema autoridad en materia de uso del español: la Academia de la Lengua Española. Supe también que en casi cada país hispanohablante había una Academia de la Lengua y que en España misma había una “Real Academia,” autoridad cuasisacerdotal en materia de lo que es o no es válido en cuanto al idioma que compartimos unos cuantos cientos de millones de personas. La “biblia” de esa instancia suprema es el DRAE. Todo eso aprendí en mi temprana infancia.
Como es lógico, pasaba el tiempo y recibíamos noticias de otros idiomas, especialmente del inglés. Mi curiosidad me llevó a preguntar si había un DRAE de la lengua inglesa. Resultó que no lo había porque tampoco ha existido una “Real Academia de la Lengua Inglesa” que diga finalmente qué se debe y qué no se debe. Lo que se usa lo determina el uso: las palabras están en poder de los que palabrean. Primer choque fuerte entre lo que yo había conocido y lo que ahora de repente me encontraba.