104.1. «Hasta el extremo» (Jn 13,1): esta es la medida sin medida del amor de Jesucristo. Otras traducciones sabes que son posibles: hasta el final, hasta lo más perfecto, hasta lo más completo. Un amor tan extenso y más extenso que los extravíos humanos; un amor tan completo y más completo que la perdición en que erraba tu raza; un amor definitivo y más definitivo que la condena que pesaba sobre vosotros. ¡Bendito sea el amor de Jesucristo!
104.2. Hay una interpretación hermosa de ese “hasta el extremo”: es un modo de indicar no sólo lo que Cristo hizo, sino hasta dónde llega la obra de su amor en ti. Su amor llega hasta el extremo en el que has llegado a vivir, y hasta el extremo de lo que hay en o ha habido en tu vida. Dicho de otro modo: nada de ti, ni lo más extremo, quedará ayuno del amor de tu Salvador, siempre que tengas fe en Él, pues sólo con la fe se le abre la puerta.
104.3. “Hasta el extremo” también parece aludir a aquello que, en arrebato de amor, dijo Pablo: «Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1 Cor 15,28). En esa expresión, es decir, en ese “extremo” parece incluirse la fórmula que clausura la historia humana y, reconciliándola con su Autor, la funde en su designio providente.
104.4. Semejante amor tiene que producir lo que anuncia el Apóstol, como parte de victoria de la obra del Señor de la gloria:«No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2,20). Por lo tanto, la calidad del amor de Cristo produce la calidad del amor del cristiano, no por vía de imitación principalmente, sino por vía de participación, pues, en efecto, no cabe que el Fuego esté sin arder, o la luz sin alumbrar: donde está Cristo, están los actos y misterios propios de la vida de Cristo.
104.5. De acuerdo con esto, el “amor hasta el extremo” es aquel amor que se reproduce a sí mismo en el amado. De los virus biológicos e informáticos se dice eso: que se reproducen a sí mismos y hacen copias de su propio ser a partir del cuerpo del pobre que les hospeda. Algo así es lo que hace este “contagio” de gracia que es el amor de Cristo: produce su propio modo de amar.
104.6. “Hasta el extremo” también sugiere un cierto exceso, que se nota especialmente si piensas en expresiones como “medidas extremas,” “recurso extremo,” “grupo extremista,” y otras parecidas. Un amor así es un amor exagerado, excesivo, en cierto modo desperdiciado. Los bienes escasos han de ser tasados y racionados; aquí, en cambio, se te habla de un amor que se da “sin medida,” como de hecho dijo el Bautista de Cristo (Jn 3,34). Y si tú eres hijo y discípulo de ese amor, te corresponde amar con desbordamiento, con cierta exageración, y sobre todo, con la disposición de alma que te permita aceptar en paz que tu amor sea desperdiciado. Los que calculan demasiado no sirven para el Reino, pues para ellos está escrito: «Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia» (2 Cor 9,6).
104.7. “Hasta el extremo” también quiere decir: “sin que haya otro amor mayor.” El mismo Señor había dicho: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). Este “dar la vida” no debería ser entendido sólo como “morir por,” sino efectivamente entregar aquello que es la propia vida: los días, las horas, los afectos, los pensamientos.
104.8. Pero esta pequeña lista que te hago, claramente incompleta, no define lo que es “dar la vida;” más bien: la entrega de Cristo es lo que define qué es dar la vida, y quien esto pregunte, ha de buscar en un diccionario escrito con Sangre desde el Cenáculo hasta el Calvario.
104.9. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.