Richard Dawkins es un hombre, inglés de nacimiento y de cultura, que ha tomado como apostolado de su vida entera destruir todo vestigio de fe religiosa. Para él la religión no es solamente una mentira: más que “opio” es “veneno” para el pueblo. Cuanto más dure la religión más se retrasa la llegada de una humanidad razonable, capaz de guiarse por los principios de la sensatez, la cordura y la investigación seria: tal es el evangelio de este fervoroso misionero del ateísmo. Sus libros, conferencias y entrevistas destilan este mensaje una y otra vez con fuerza y contundencia.
¿Cómo reaccionar ante esta avanzada furiosa de la incredulidad? Una respuesta típica mía sería entrar a deshacer los argumentos del tal personaje. Típicamente esto implica examinar lo que él asume y hacer ver las falencias en su serie, aparentemente sólida, de argumentos. La experiencia me ha mostrado, sin embargo, que mi propia estrategia no resulta muy eficaz. Mostrar que Dios no está no es fácil; mostrar que sí está tampoco lo es. Y hay más de un peligro en “deducir” a Dios: puedes ser víctima de tu éxito. Me explico. Si logras mostrar cómo hay un lugar para Dios entre las cosas quizá has hecho de Dios una cosa más, un ser más entre todo lo que existe, con lo cual ya no es Dios.
Desconfiando, pues, de mi primer impulso, he aprendido a buscar otros caminos cuando se trata de lidiar con incrédulos entusiasmados. He visto que es un mejor servicio enseñar a desconfiar de las pretensiones de la razón. Aunque también en esto hay que ser cautos. Cuando uno quiere denunciar los excesos del racionalismo casi todos los ejemplos son aplicables a los excesos de cualquier otra cosa, institución o persona. La soberbia racionalista condujo a la eugenesia pero el error no estuvo en usar la razón sino en usarla mal, precisamente por soberbia. Y soberbia ha habido dentro y fuera del uso consecuente de la razón. Soberbios, y de qué manera, hemos sido muchos creyentes, a pesar de profesar amor a Cristo humilde.
Un camino diferente para argüir es el que me encuentro en una reciente edición de la revista “Spirituality” que editan los dominicos irlandeses (volumen 11, número 58). William Reville tiene allí un artículo cuyo título sintetiza este modo de ofrecer argumentos: “Dawkins is wrong about Religion.”
Reville enfila sus baterías no a demostrar que Dios sí existe sino a demostrar que la teoría de Dawkins sobre la religión como un veneno es injusta. Hacia la mitad de su escrito dice: “No alcanzo a ver cómo el mensaje cristiano fundamental sobre amar a Dios y al prójimo, perdonar al enemigo y ser responsable de las propias acciones pueda hacer otra cosa que mucho bien a quienes lo aceptan.” Más adelante saca su conclusión: “Si Dawkins aplicara los mismos criterios a la ciencia, como lo hace con la religión, tendría que denunciar a la ciencia también.”
El propósito del breve artículo de Reville está en dos cosas: mostrar la incoherencia interna del autor al que refuta y resituar la discusión en el terreno de los resultados. Lo primero tiene que ver con la importancia de la lógica; lo segundo, con el estilo pragmático. Lógica y pragmatismo son dos características constantes en el idioma y el estilo propios del idioma inglés.