89.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
89.2. Dios en su bondad ha hecho lo que ha hecho y ha dejado de hacer lo que ha dejado de hacer. Dios es bueno cuando obra y cuando no obra; cuando habla y cuando calla.
89.3. Sucede a menudo que tus ojos pueden descubrir el bien de sus creaturas; más amor se necesita para descubrir también la bondad que ha expresado en lo que no ha hecho. Ello no significa que Dios esté imposibilitado para crear un universo mejor que este, pero sí implica que en este universo, lugar único de nuestro discurso, tanto lo que existe como lo que no existe tienen significado. Las playas del significado y del sentido son más amplias que el océano de la existencia, al que abarcan.
89.4. Y es que, en efecto, ¿cómo pueden mostrarse los perfiles y las siluetas, si no es sobre un fondo u horizonte? Sin ese fondo no existiría el límite que completa una forma. En el colmo de la especulación tal vez te preguntes: ¿Y no podía Dios crear sin marcar ni una frontera o perfil? No es de suyo imposible. En tal caso el universo sería una sola creatura simple, única, bella y sabia; evidentemente una creatura espiritual, pues toda materia supone la idea de la divisibilidad espacial; una creatura inteligente y capaz de amor, que sería algo así como la expresión “ad extra” del misterio del Hijo Eterno.
89.5. Es tan hermosa esta idea que ha atraído con su belleza a muchos de tus contemporáneos. Todos aquellos que hablan de un universo unificado, a la manera de un “superorganismo” que reúne en sí todas las fuerzas, toda la materia y toda la conciencia obran como si desearan que Dios no hubiera creado este universo sino esa otra ficción de la que te he hablo: una supercreatura total y única. Como todos los deseos de que Dios hubiera hecho lo que no hizo, este tipo de pensamiento es, a la larga, dañino para el corazón, porque termina conduciendo al desprecio de la verdadera creación o a la identificación de Dios con el mundo.
89.6. ¿Qué decir, pues, frente a estas especulaciones? Lo mejor es empezar por reconocer francamente que no hay motivo racional último que explique el hecho mismo de la creación, por la sencilla razón de que un argumento completamente racional que explicara por qué todo fue creado tendría que llevarte a afirmar que Dios tenía que habernos creado y eso no es cierto. No hay una razón necesaria e irrevocable de la creación como tal; y esta ausencia de razones necesarias no es mala, sino que te indica una razón “no necesaria,” es decir, no debida: el amor. Un universo necesario sería incapaz de transmitir el concepto fundamental y más próximo a Dios: el amor.
89.7. Desde el amor podemos gozarnos en haber sido creados y en haber recibido de Dios a través de nuestra finitud, la capacidad de percibir una frontera y por lo tanto, de asomarnos al abismo potencial del no-ser, con lo cual podemos descubrir, si queremos, el vigor del acto soberano que nos constituyó en el ser sólo en razón de amor.
89.8. Dios hubiera podido hacer las cosas de otro modo, pero éstas que hizo —que somos nosotros—, hemos llegado a conocerle sin otra razón que su amor, o por decir mejor: hemos llegado a conocerle, a admirarle y bendecirle en la comunión de su mismo amor. ¿No es hermoso?
89.9. ¡Deja que te invite a la alegría! Dios te ama, su amor es eterno.