86.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
86.2. Todas las palabras se vuelven una sola palabra, y todos los amores un solo amor. Finalmente cada vida dice un mensaje, y cada mensaje es como el predicado de una frase cuyo sujeto es la persona que ha vivido.
86.3. El ejemplo más hermoso y elocuente de esto que te cuento es la vida de Jesús, Nuestro Señor. Al término de su paso por esta tierra, el mensaje de su vida puede decirse con una sola palabra. De hecho, “Cristo,” o sea, Ungido, es una palabra que resume bien la obra y la existencia de Jesús, pues fue su vida el maravilloso esparcirse del perfume del Espíritu en medio de la historia humana.
86.4. Hay otra palabra que condensa también maravillosamente la vida de Jesús: “Señor.” Así resume Pablo el resultado de la humillación y la exaltación de Cristo: “Jesús es el Señor.” Teniendo en cuenta a quién se llama “Señor” en el Antiguo Testamento, y quién es el que aquí se llama “Señor,” puedes reconocer que esa frase, aunque brevísima, sintetiza admirablemente todo lo que puede revelar la Pascua de Nuestro Señor.
86.5. Otra palabra preciosa para referirla al Salvador de los hombres es precisamente su propio nombre: “Jesús,” nombre que en su raíz quiere decir “El Señor salva,” o en sentido derivado: “Salvación” o “Salvador.” ¡Qué bello oír a los hijos de Adán cuando exclaman con fe: “¡Jesús!, ¡Jesús!”! Es música en los oídos de los Ángeles.
86.6. Un Ángel precisamente dijo en una palabra quién era Aquel que habría de nacer de las entrañas de la Virgen Purísima. En esa ocasión lo llamó “Emmanuel,” es decir, “Dios con nosotros.” Y si miras bien, así queda perfectamente resumida la existencia y la misión de Nuestro Señor Jesucristo.
86.7. Hay otras palabras que resultan también apropiadas para este mismo efecto, palabras que unos u otros preferirán de acuerdo con su particular experiencia de fe. Así, uno le invocará como Médico, otro como Maestro, otro como Pastor, y otros como Pan, Vida, Luz o Palabra. Meditar en estos términos e invocaciones es saludable para el alma cristiana, que así percibe mejor los tesoros que están en el Hijo de Dios.
86.8. Dos cosas, sin embargo, conviene que tengas siempre presente. La primera: aunque es natural que te acerques al misterio de Cristo partiendo de tus necesidades, es cosa buena y saludable que poco a poco aprendas a levantarte sobre tus intereses a través de la meditación en los intereses de Cristo. Él es la respuesta a todas tus necesidades, pero también es la denuncia de tus mentiras y la pregunta a todas tus falsas comodidades. Si te limitas a dar vueltas sobre ti mismo no conocerás de Cristo sino sus manos, que son generosas, es verdad, pero te perderás del resplandor de su mirada, la dulzura de su sonrisa, la penetración de su palabra y el amor incalculable de su Adorable Corazón.
86.9. La segunda advertencia es esta: así como tú le buscas nombre al Hijo de Dios, en la medida en que sintetizas o quieres sintetizar su vida en una palabra, así también es verdad que Dios Padre tiene una mirada única, infinita, cargada de amor para su Santísimo Hijo. ¡Esa es la mirada que has de suplicar para tus ojos! «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre,” dijo Jesucristo (cf. Mt 11,27), y por eso el Nombre profundo, místico y celeste de Jesucristo, más que palabra humana alguna, es el dulce volver de los ojos que buscan en las pupilas de Papá Dios el misterio íntimo e inagotable de su Unigénito Adorable.
86.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama, su amor es eterno.