83.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
83.2. En el tumulto de todas las voces se oye la voz de Dios. Dicho mejor aún: Dios hace que todas las voces hablen su voz; es como la voz que, construida desde todas las voces, colma de sentido cuanto ellas no alcanzan a decir. Es lo que sugiere la Sagrada Escritura varias veces cuando te habla del vigor divino. Por ejemplo, aquello de Isaías: «Porque así me ha dicho Yahveh: Como ruge el león y el cachorro sobre su presa, y cuando se convoca contra él a todos los pastores, de sus voces no se intimida, ni de su tumulto se apoca: tal será el descenso de Yahveh Sebaot para guerrear sobre el monte Sión y sobre su colina» (Is 31,4). Hay gente —y entre ellos varias veces te he contado a ti—, que tiene una visión cobarde y simple del poder de Dios, como si Él no pudiera o no quisiera obrar cuando llega la confusión o cuando el terror se levanta; como si Él para reinar tuviera que estar sujeto a algunas condiciones externas o ajenas a su voluntad. ¡No es así! ¡Él, y sólo Él es Soberano!
83.3. Por eso escribe Jeremías: «Él es quien hizo la tierra con su poder, el que estableció el orbe con su saber, y con su inteligencia expandió los cielos. Cuando da voces, hay estruendo de aguas en los cielos, y hace subir las nubes desde el extremo de la tierra. El hace los relámpagos para la lluvia y saca el viento de sus depósitos» (Jer 10,12-13).
83.4. No es que los truenos sean su voz, aunque una hermosa imagen literaria así lo sugiera: «Voz de Yahveh sobre las aguas; el Dios de gloria truena, ¡es Yahveh, sobre las muchas aguas! Voz de Yahveh con fuerza, voz de Yahveh con majestad. Voz de Yahveh que desgaja los cedros, Yahveh desgaja los cedros del Líbano…» (Sal 29,3-5; cf. 93,4).
83.5. La verdad es que todas las voces le pertenecen, pues suyas son, no sólo las cosas, sino su sentido. Por eso dice Daniel: «A Él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7,14)
83.6. Es así que las lenguas de los niños de brazos ya son suyas (Sal 8,3), de modo que, a su entrada a Jerusalén, Nuestro Señor recordar este salmo como invectiva contra las endurecidas autoridades judías (Mt 21,15-16). Las bocas de los enfermos curados se llenan de júbilo ante Dios (Lc 19,37), «Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”» (Mc 7,37).
83.7. La creación entera quiere hablar, y como no puede gime, enseña el apóstol Pablo (Rom 8,22), y por eso cada uno de vosotros, tiene entre otros deberes la amable tarea de darle su voz a las creaturas, para que, a través de vuestros cantos y alabanzas, todo bendiga al Autor de todos, como sucedió en aquello que te cuenta el libro de Daniel: Dan 3,56-90.
83.8. Hay voces, sin embargo, a las que Dios reprende. Así obró Jesucristo en más de una ocasión con respecto al demonio: Mc 1,25.34; 3,12. Si me preguntas por qué, te puedo decir que no son gratas a Dios las alabanzas del Primero entre los mentirosos (cf. Jn 8,44). En efecto, aquel que se quejó de que el pueblo honrara de labios y no de corazón (Is 29,13), ¿cómo podía tolerar el reconocimiento de palabras si no está unido a la obediencia verdadera y sincera? Por eso dijo Pablo, como condición para toda voz que quiera ser voz de Dios: «Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rom 10,9).
83.9. Esto no significa que el discurso especioso de los malvados, o del mismo Satanás, pueda apagar el esplendor de la Palabra divina. Más bien: esta Palabra hace callar, como dice la Escritura: «A silencio redujo la borrasca, y las olas callaron» (Sal 107,29). Y de Josué, figura de Jesús lees esto: «Caminó en seguimiento del Todopoderoso, hizo el bien en los días de Moisés, él y también Caleb, hijo de Yefunné, resistiendo ante la asamblea, cerrando al pueblo el paso del pecado, reduciendo a silencio la murmuración de la maldad» (Sir 46,7). De modo semejante amenaza Dios a Babilonia: «Siéntate en silencio y entra en la tiniebla, hija de los caldeos, que ya no se te volverá a llamar señora de reinos» (Is 47,5).
83.10. De modo precioso Pablo resume esta victoria: «Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios; al contrario, mediante la manifestación de la verdad nos recomendamos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios» (2 Cor 4,2), «porque hay muchos rebeldes, vanos habladores y embaucadores, sobre todo entre los de la circuncisión, a quienes es menester tapar la boca; hombres que trastornan familias enteras, enseñando por torpe ganancia lo que no deben» (Tit 1,10-11). «Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley lo dice para los que están bajo la ley, para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios» (Rom 3,19); «porque el ministerio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida» (2 Tes 2,7-8); «pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león» (2 Tim 4,17).
83.11. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.