81.1. El camino del alma humana es a la vez tu oportunidad y tu riesgo, tu esperanza y tu amenaza, tu gozo y tu sufrimiento. Es necesario que te recuerdes a menudo que estás en camino.
81.2. Hay en esto una especie de tormento, yo lo sé. La naturaleza intelectual de tu alma pide, casi reclama, eternidad. Estás hecho para lo estable, pero debes alcanzarlo a través de lo inestable; tu corazón espera firmeza, pero no la tiene ni puede sacarla de sí mismo; te fascinan las verdades últimas, pero sólo alcanzas las probabilidades, las verosimilitudes, las aproximaciones.
81.3. El ministerio que Dios ha querido regalarnos a los Ángeles en favor de vosotros tiene entre sus dimensiones la de ayudaros en el camino de la paciencia y en la paciencia del camino. Observa, por ejemplo, la impaciencia de Tobías: «Cuando entraron en Ecbátana dijo Tobías: “Hermano Azarías, guíame en seguida a casa de Ragüel, nuestro hermano.”» (Tob 7,1). «Después de lavarse y bañarse, se pusieron a comer. Tobías dijo entonces a Rafael: “Hermano Azarías, di a Ragüel que me dé por mujer a Sarra, mi pariente.” Al oír Ragüel estas palabras dijo al joven: “Come, bebe y disfruta esta noche, porque ningún hombre hay, fuera de ti, que tenga derecho a tomar a mi hija Sarra, de modo que ni yo mismo estoy facultado para darla a otro, si no es a ti, que eres mi pariente más próximo. Pero voy a hablarte con franqueza, muchacho. Ya la he dado a siete maridos, de nuestros hermanos, y todos murieron la misma noche que entraron donde ella. Así que, muchacho, ahora come y bebe y el Señor os dará su gracia y su paz.” Pero Tobías replicó: “No comeré ni beberé hasta que no hayas tomado una decisión acerca de lo que te he pedido.”» (Tob 7,9-11). Ahí está bien dibujada la ansiedad típica de la raza humana: “Esto es lo que quiero, ¡y lo quiero ahora mismo!.”
81.4. Gracias a Dios, el joven Tobías aprendió de su familia piadosa (cf. Tob 8,5) y de las palabras del Arcángel (cf. Tob 8,2) a ser señor de sus propios impulsos. Por eso, y aunque ves la prisa con que había obrado, supo también detenerse antes de consumar el matrimonio y, en meditación sincera sobre el pasado de su pueblo y sobre las grandezas de Dios, hizo aquella oración que nacía de su alma. El desenlace de esta historia edificante tú lo conoces: Dios se glorificó, el demonio fue vencido, y la salud y la alegría llegaron a esas dos familias cercanas.
81.5. Una parte de mi misión en tu vida es ayudarte en la aceptación de tus propios límites, de modo que puedas, como Tobías, ser señor de tus impulsos, y no esclavo de ellos. Cada día que Dios te regala es como una piedra que has de aprender a colocar y ajustar en el conjunto de la construcción de tu existencia. Recibe, pues, cada uno de tus días de las manos de Dios, que es el supremo arquitecto (cf. Heb 11,10), y ruega a su Sabiduría (Prov. 8,30) el acierto necesario para darle su lugar en el conjunto de tu vida.
81.6. Tal vez me preguntes qué hacer con aquellas piedras que han sido profanadas, es decir, con todo ese tiempo perdido y no ofrecido a Dios. Tu mente no tiene una respuesta para ello, como no la tuvieron aquellos judíos cuando se preguntaron qué hacer con las piedras del altar profanado por los gentiles (cf. 1 Mac 4,44-46). Pero la Palabra de Dios sí tiene una respuesta por boca de sus profetas y apóstoles.
81.7. Escucha lo que te dice Dios por uno de sus profetas: «Mira que te he apurado, y no había en ti plata, te he probado en el crisol de la desgracia. Por mí, por mí, lo hago, pues ¿cómo mi Nombre sería profanado? No cederé a otro mi gloria. Escúchame, Jacob, Israel, a quien llamé: Yo soy, yo soy el primero y también soy el último. Sí, es mi mano la que fundamentó la tierra y mi diestra la que extendió los cielos. Yo los llamo y todos se presentan» (Is 48,10-13). Ahí puedes notar cómo es patente el pecado del pueblo, pero también es clara la santidad inmarcesible del Nombre Divino y su señorío estable sobre todo cuanto existe. Ninguna rebeldía, ningún pecado destruye este señorío fundamental de Dios sobre su propia creación.
81.8. Es lo mismo que, de manera más perfecta, enseña Pablo, con respecto a los alimentos “profanados,” esto es, ofrecidos a los ídolos: «Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos cuestiones de conciencia; pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene» (1 Cor 10,25-26). Y más adelante aclara: «Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias? Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» (1 Cor 10,31-32). Aunque, como sabes, este criterio debe plegarse, como todos, al criterio último de la caridad, por lo que el Apóstol añade: «No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Cor 10,32-33).
81.9. Tus días perdidos, pues, son como esas rocas profanadas, o como esos alimentos ofrecidos a los ídolos. Isaías y Pablo te enseñan que ninguna rebeldía, ni tuya ni de nadie, destruye en su raíz el omnipotente señorío divino, y por tanto yo te mando que, así como Pablo dijo que comieras de aquel alimento dando gracias a Dios, así tú también te nutras de ese tiempo, diciéndole a tu alma: “Esta es la verdad de mi vida, y así como está, así la ofrezco con acción de gracias a mi Dios y Señor, que con tanta paciencia espero por mí, porque me amaba.” De este modo no sólo no cometerás pecado, sino que entregarás al Arquitecto y Señor de todos tus limitaciones y Él, con esa ciencia que sólo Él conoce, y que se llama “Ciencia de la Cruz y de la Sangre Preciosa,” les encontrará el lugar.
81.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.
Dios mio, gracias… gracias porque cuando leo en estas paginas tu me respondes todas las dudas que me asaltan… y me regalas Tu Paz
Gracias Fray Nelson por ayudarme a darle sentido a mi existencia, sobre todo en momentos “dificiles”