80.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
80.2. Ya que Dios ha querido ser “Dios contigo” (Mt 1,23), hoy te invito a que aprendas a ser “tú con Dios.” Jesús te puso en la senda de este modo de ser y de hablar cuando dijo a sus discípulos: «separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). “Tú sin Dios” eres nada; “tú con Dios” eres todo, es decir, todo lo que podrías conocer, imaginar, desear, y aún más.
80.3. La palabra más peligrosa del lenguaje humano tiene en español sólo dos letras: “yo.” Esa pequeña palabra es el himno de Babilonia la cruel y adúltera, según denuncia Isaías: «Siéntate en silencio y entra en la tiniebla, hija de los caldeos, que ya no se te volverá a llamar señora de reinos. Pero ahora, voluptuosa, escucha esto, tú que te sientas en seguro y te dices en tu corazón: “¡Yo, y nadie más! No seré viuda, ni sabré lo que es carecer de hijos.” Estas dos desgracias vendrán sobre ti en un instante, en el mismo día. Carencia de hijos y viudez caerán súbitamente sobre ti, a pesar de tus numerosas hechicerías y del poder de tus muchos sortilegios. Te sentías segura en tu maldad, te decías: “Nadie me ve.” Tu sabiduría y tu misma ciencia te han desviado. Dijiste en tu corazón: “¡Yo, y nadie más!” » (Is 47,5.8-9).
80.4. Sofonías vuelve sobre el mismo tema, que quiero que tú transcribas aquí para que quede bien grabado en tu mente: «Yahveh extenderá su mano contra el norte, destruirá a Asur, y dejará a Nínive en desolación, árida como el desierto. Se tumbarán en medio de ella los rebaños, toda suerte de animales: hasta el pelícano, hasta el erizo, pasarán la noche entre sus capiteles. El búho cantará en la ventana, y el cuervo en el umbral, porque el cedro fue arrancado. Tal será la ciudad alegre que reposaba en seguridad, la que decía en su corazón: “¡Yo, y nadie más!” ¡Cómo ha quedado en desolación, en guarida de animales! Todo el que pasa junto a ella silba y menea su mano. ¡Ay de la rebelde, la manchada, la ciudad opresora! No ha escuchado la voz, no ha aceptado la corrección; en Yahveh no ha puesto su confianza, a su Dios no se ha acercado» (Sof 2,13—3,2).
80.5. “¡Yo, y nadie más!”: este es el satánico lema de la creatura que se alza contra su Creador, en perjuicio de sí misma, por supuesto. ¿Qué es lo terrible de este lenguaje? ¿Por qué es blasfemo? Porque pretende imitar al lenguaje mismo de Dios. Compara las expresiones de Babilonia con la majestad de estas declaraciones divinas: «Yo daré paz a la tierra y dormiréis sin que nadie os turbe; haré desaparecer del país las bestias feroces, y la espada no pasará por vuestra tierra» (Lev 26,6); «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,16); «Yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad» (Hch 18,10).
80.6. Aprender a “ser con Dios” es la escuela de la santidad cristiana. Esto supone varias cosas: contar con la sabiduría divina, contar con el amor divino, y en particular, contar con la gracia divina.
80.7. Sobre lo primero, tienes aquella súplica que te gusta tanto: «Envía tu Sabiduría de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es agradable, pues ella todo lo sabe y entiende. Ella me guiará prudentemente en mis empresas y me protegerá con su gloria» (Sab 9,10-11).
80.8. Sobre lo segundo tienes aquella encendida declaración que el mismo Dios te regala por boca de su profeta: «Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá —dice Yahveh, que tiene compasión de ti» (Is 54,10). Vivir con ese amor es vivir en la “alianza de paz” que tuvo su consumación cuando el día de su Pascua dijo Nuestro Señor: «La paz con vosotros» (Jn 20,19). Vivir con ese amor, es decir, convivir con él, es repetir lo que dijo Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó» (Rom 8,35.37).
80.9. Sobre lo tercero te enseña también el Apóstol, cuando dando testimonio de sí mismo dice: «Por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Cor 15,10). Y por eso su despedida más frecuente: «La gracia sea con todos vosotros» (Tit 3,15; cf. Rom 16,20; 1 Cor 16,23; 2 Cor 13,3; Col 4,18; 1 Tes 5,28; 2 Tes 3,18; 1 Tim 6,21; 2 Tim 4,22). Otros apóstoles o escritores apostólicos saludan también en la gracia: Heb 13,25; 1 Pe 3,7; 2 Jn 3.
80.10. Dios pudo ser contigo para que tú pudieras ser con Él. ¡Qué hermoso! Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.