Lo que hoy conocemos como ciencia quizás debería ser visto más como un fenómeno social que otra cosa. Este enfoque debe unirse a otros dos posibles y más frecuentes, a saber, aquel que mira a la ciencia como un cuerpo de conocimientos y aquel que juzga de la ciencia como un método de acceso a la realidad, el ser o la verdad.
A través de la tecnología, es un hecho que la ciencia actual tiene un tremendo impacto en la vida de prácticamente toda la población mundial. Por lo mismo, cabe preguntarse si quienes aman y sirven a la ciencia tendrían el fervor que suelen tener y la relevancia que se les suele dar si no existiera esa prolongación de lo científico en términos de lo tecnológico. Sin esperanza de aplicación “práctica” los conocimientos de la ciencia serían algo más parecido a lo que se suele entender por filosofía. Esa es una manera de verlo. La otra es que al principio lo que existía era básicamente la filosofía, y de ella se han ido consolidando o independizando cuerpos de conocimiento que hoy llamamos “ciencia.” Un poco lo irónico de la situación es que varias de estas hijas niegan ahora a la madre, o la desprecian duramente.
Todo esto indica que la ciencia es un quehacer humano, y como tal está sujeto a las condiciones–y leyes, si se quiere–de la Historia. Quienes idolatran a la ciencia parecen olvidar este aspecto, como si quisieran vendernos la idea de que hacer ciencia es entrar a un terreno donde toda subjetividad muere y sólo quedo el conocimiento puro, desinteresado, adecuadamente situado por encima de las miserias de los corazones humanos.
Ese mito, el de una ciencia que tiene puerta privilegiada de acceso a la realidad y la verdad, y ese otro mito, el de la ciencia como principio y fundamento de toda tecnología, y por tanto de todo lo que hace segura y placentera la vida humana, han hecho de la actividad científica poco menos que un culto, con sus respectivos sacerdotes, profetas y también su credo. El avance de esos mitos es proporcional a lo indefensa que se encuentre la persona para cuestionarlos, y en realidad es difícil hacerlo si uno no cuenta con nociones y argumentos externos a la misma ciencia, tomados por ejemplo de la filosofía o la religión; pero a esto se oponen los cientificistas, los adoradores de la ciencia, sobre la base de que todo lo que no sea ciencia carece de sentido.
El remedio no lo veo yo, sin embargo, en enfatizar unilateralmente lo religioso o lo metafísico, porque una postura así lo que hace es ahondar divisiones, como de hecho vemos que sucede con frecuencia en los Estados Unidos. Más bien es útil mostrar las dimensiones no-científicas del quehacer propio de la ciencia, o sea, las dimensiones sociales e históricas, así como la realidad de los vínculos que la investigación tiene con el poder político, los intereses de clase, los perfiles psicológicos, e incluso la dimensión biográfica que nunca está lejos en estos temas.