77.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
77.2. Cada domingo la Santa Iglesia celebra la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. No tendría sentido esta celebración si no fuera ella misma la que marca el ritmo de la Historia humana hacia el domingo sin ocaso que es el Cielo. Como todo es preciso que lo aprendas a su tiempo y en su medida, también es necesario que aprendas a vivir el Día del Señor.
77.3. Desde luego, no se trata simplemente de que tus horarios cambien, ni de que este día sea prescrito ir a Misa, para los fieles cristianos. Cada domingo es un encuentro con tu propia vocación, es un asomarte a tu vocación última. Nunca como en domingo se cumplen tan plenamente las palabras de la Carta a los Hebreos: «Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de Ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los Cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación, y a Jesús, mediador de una nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel» (Heb 12,22-24).
77.4. Lo más importante del domingo no es dejar de trabajar, sino empezar a alabar como se alaba en el Cielo. Cada domingo es un ejercicio de Cielo, y por eso es una escuela de eternidad, de felicidad en Dios, de caridad sin límites, de contemplación enamorada, de amor compartido en el Banquete que sabe a Gloria. Cada domingo puedes conocer mejor quién soy yo, cuánto te ama tu Creador, qué precio tiene la Sangre de tu Salvador, con cuánta fuerza se dona a sus elegidos el Espíritu Santo, cuál es la belleza de la Iglesia. Cada domingo, en fin, Dios te levanta sobre los días, los años y los siglos, y te hace sentir hermano de todos aquellos que a lo largo de la Historia han vuelto sus ojos hacia el mismo Dios en el que tú crees y de Él han recibido las mismas mercedes que tú ruegas, para bendecirle con palabras semejantes a las que tú pronuncias y cantas.
77.5. Para vivir el domingo debes afinar tus oídos. En domingo se escucha a María, hermana de Moisés, que entona con júbilo: «Cantad a Yahveh pues se cubrió de gloria, arrojando en el mar caballo y carro» (Éx 15,21). En domingo resuena las palabras del salmista, que con lágrimas de gozo y voz entrecortada por la emoción dice: «Cuando Yahveh hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos; entonces se llenó de risa nuestra boca y nuestros labios de gritos de alegría. Entonces se decía entre las naciones: ¡Grandes cosas ha hecho Yahveh con éstos!» (Sal 126,1-2).
77.6. En domingo se oyen los dulces cánticos de las caravanas que entrevió Isaías: «Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas son llevadas en brazos. Tú entonces al verlo te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas a Yahveh. ¿Quiénes son éstos que como nube vuelan, como palomas a sus palomares? Los barcos se juntan para mí, los navíos de Tarsis en cabeza, para traer a tus hijos de lejos, junto con su plata y su oro, por el nombre de Yahveh tu Dios y por el Santo de Israel, que te hermosea. Hijos de extranjeros construirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia he tenido compasión de ti» (Is 60,4-6.8-10).
77.7. Precisamente eso es lo más bello del domingo, y tú lo debes saber y predicar: que es el día grande de la compasión del Señor, el día para que te sacies de misericordia y te vistas con la ternura de la piedad de tu Dios. «Y dirás aquel día: “Yo te alabo, Yahveh, pues aunque te airaste contra mí, se ha calmado tu ira y me has compadecido. He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahveh es mi fuerza y mi canción, Él es mi salvación.”» (Is 12,1-2). «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues Yahveh ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (Is 49,13).
77.8. El domingo es el día en que la Iglesia, esposa de Cristo, se cambia de traje y escucha con humildad reverente las palabras que el Espíritu Santo dijo por boca del profeta: «Y tú te acordarás de tu conducta y te avergonzarás de ella, cuando acojas a tus hermanas, las mayores y las menores, y yo te las dé como hijas, si bien no en virtud de tu alianza. Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y sabrás que yo soy Yahveh, para que te acuerdes y te avergüences y no oses más abrir la boca de vergüenza, cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho, oráculo del Señor Yahveh» (Ez 16,61-63).
77.9. Se cumplirá entonces lo que dijo Habacuc: «Yahveh está en su santo Templo: ¡silencio ante él, tierra entera!» (Hab 2,20). Sin embargo, el Apocalipsis te cuenta que después de ese silencio de la tierra (Ap 8,1), vendrá, por ministerio de la oración de los santos y de la obediencia de los Ángeles el combate definitivo que abrirá tierra y cielo a un cántico precioso, verdadera síntesis del sentido inagotable del domingo: «Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, “Aquel que es y que era” porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra» (Ap 11,17-18).
77.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.