64.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
64.2. Cuando amas lo que Dios ama, tienes a tu favor toda la potencia de la voluntad divina. Ciertamente no está en tu mano conocer todo lo que Dios conoce, pero sí puedes aspirar con todas tus fuerzas a amarle y a amar lo que Él ama.
64.3. Esta consideración te puede ayudar a entender mejor el primer mandamiento de la Ley de Dios: «Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,5; Mt 22,36-37). El término “mandamiento” puede darte la falsa idea de que se trata de una voluntad externa a ti e impuesta a ti. La verdad es que este “mandamiento” no hace sino prolongar la palabra con la que fuisteis creados. Así como no fue una palabra tuya la que te creó, tampoco es una palabra tuya la que puede señalar el fin último para el que fuiste creado. Este fin esta admirablemente resumido en aquella palabra: “¡Amarás!”
64.4. Ya se te había dicho que eras “semejanza” de Dios (Gén 1,26). Este vocablo entraña un profundo misterio, pues si algo caracteriza al Dios de la Biblia es que no tiene semejante. Así lees en el Deuteronomio que su palabra no tiene semejante: «Yahveh tu Dios es un Dios misericordioso: no te abandonará ni te destruirá, y no se olvidará de la alianza que con juramento concluyó con tus padres. Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante?» (Dt 4,31-32). Por eso, en la Antigua Alianza, el óleo de unción de los sacerdotes y el incienso de la ofrenda no podían ser imitados ni emulados (Éx 30,31-37).
64.5. Dios Yahveh es el que hace cosas que no tienen antecedente ni parecido, como lo que hizo en Egipto (Éx 9,24) o por la boca de Josué (Jos 10,14); sólo de Él depende que llegue a haber un profeta como Moisés (Dt 18,18). Su rey Salomón se rodea de una majestad inigualable (1 Re 10,20), y el pueblo nacido del destierro será admiración y estupor de las naciones (Is 66,8). Sus castigos son lección para todos (Jer 22,8; 30,7; Lam 1,12; Bar 2,2-3; Jl 1,1-4).
64.6. Mas he aquí que este Dios incomparable ha hecho en el universo visible una creatura semejante a Él. Y luego —cosa que espantaba de admiración a Catalina de Siena— se ha hecho Él mismo semejante a su creatura (cf. Rom 8,3; Flp 2,7) de modo que pudiera ser semejante la muerte del Hijo Unigénito a la muerte que padecía el género humano, para que la resurrección del Hijo fuera semejante a la que habría de ser otorgada a la raza de Adán (Rom 6,5; Flp 3,10), si sus hijos reciben con fe la palabra de gracia.
64.7. Después de la Encarnación el camino de la “semejanza” no es otro sino el mismo Cristo, que por eso dijo que Él era el Camino (Jn 14,6). Crecer en la semejanza es ahora, para ti y tus hermanos, crecer en Cristo. «Por tanto —lees en la Carta a los Hebreos—, así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó Él de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y libertar a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud. Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados. Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, considerad al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe, a Jesús, que es fiel al que le instituyó, como lo fue también Moisés en toda su casa. Pues ha sido juzgado digno de una gloria en tanto superior a la de Moisés, en cuanto la dignidad del constructor de la casa supera a la casa misma» (Heb 2,14-15.17-18; 3,1-3).
64.8. Aquello que se te ordena —que ames— tiene ahora una forma: la vida del Verbo Encarnado. El Amor es la más preciosa descripción de la Persona del Espíritu Santo, y el Verbo Encarnado se llama Jesucristo. ¿Qué te estoy diciendo, entonces? Que por Cristo la efusión del Espíritu adquiere un rostro, una faz gloriosa, aquella de la que dijo Pablo: «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Cor 3,18).
64.9. ¡Mira qué hermosura! ¡Cuando Dios te invitaba a amar ya del algún modo te anunciaba y te preparaba para la efusión del amor, que llegaría con el Don de Pentecostés (Hch 2,4) y el camino del amor, que tendría su plenitud en Aquel que te amó “hasta el extremo” (Jn 13,1)!
64.10. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.