Las recientes elecciones presidenciales en Francia han despertado enorme interés en toda Europa. No sólo por el papel de liderazgo que Francia tiene en la Unión Europea sino porque lo que se decide en París termina afectando por vía de imitación o por efecto dominó al resto del continente, y más allá. No debemos olvidar que las revueltas de 1968, que sacudieron el mundo Occidental, tuvieron allí su epicentro, así como el proyecto, hoy moribundo, de una Constitución Europea tuvo ahí su estocada decisiva.
Ya se hable de las frivolidades de la moda, la vanguardia en el arte, qué es pertinente en filosofía o hacia dónde camina la política, París conserva una especie de liderazgo natural que tiene algo de misterioso porque no proviene del simple poder de las armas o el dinero; es algo que parece que se bebe sólo en los ríos de Francia, una sustancia que da a los galos la capacidad de intuir primero el “deber-ser,” aquello que pasará a ser la norma, lo que servirá de referencia o inspiración a todos. La lista de “ismos” sería muy larga para este espacio: expresionismo, romanticismo, surrealismo, existencialismo, estructuralismo… ninguno de ellos sería lo que es, y algunos nunca hubieran llegado a ser, sin los aires del Sena.
Así las cosas, es inevitable preguntarse qué han elegido los franceses ayer domingo, en masiva votación, digna de causar la envidia de casi todas las democracias vivas de Occidente. Ese mismo hecho, ese volcarse a las urnas, ya pide una lectura y una interpretación. Lo menos que hay que decir es que había en el aire una sensación de cambio de generación, una impresión muy viva de estar asistiendo a una cita con la Historia. El lenguaje de los dos contendores finales, Royal y Sarkozy, exacerbó más que alivió esa tensión. Por lo pronto, Segolene Royal, carismática, impetuosa, bien informada, clara en su discurso, fue con todo a cambiar la historia de su país y convertirse en la primera presidenta de Francia. Sarkozy, hijo y nieto de inmigrantes, era un candidato “atípico,” por decir lo menos. Los electores sabían que un voto en una u otra dirección iba a quedar bien grabado en los anales de la Francia de comienzos del siglo XXI, y por eso no hubo ciertamente que forzarlos para que acudieran a las urnas.
La cosa es todavía más interesante por el hecho de que el discurso social de Royal pulsó todo el tiempo las cuerdas más dolorosas del alma francesa, en particular, los escandalosos temas del desempleo y la inmigración, sobre todo la proveniente de Africa. Tenía ella una buena razón para hablar así, habiendo nacido ella misma en lo que hoy es Senegal, y que en 1953 era el Africa Occidental Francesa. ¿No debía ser atractivo que ella propusiera un sistema relativamente simple y ágil para naturalizar a los inmigrantes, sobre bases mínimas de contrato de trabajo y cierta permanencia en Francia? ¿No debía atraer a todos su promesa de reducir el desempleo al 5% para el final de su mandato?
Royal cautivó a muchos, marcó una votación memorable… pero no ganó. Quizás porque sus leyes en favor de los inmigrantes hubieran requerido el apoyo de los que precisamente no pueden votar por ser ilegales. Quizás porque las cifras que prometió para vivienda, empleo y subsidio de desempleo parecieron más populistas que reales. Lo cierto es que más de una fiesta se quedó organizada y no habrá presidenta francesa por un tiempo.
Por cierto, Royal acusó a Sarkozy de maltrato y abuso, por su manera de resolver algunas cuestiones de corte social. Frente al talante conciliador de su contendora, el descendiente de húngaros parece sencillamente pragmático y con una capacidad de olfato y liderazgo que impresionan. Un par de ejemplos. Cuando una huelga de taxistas amenazaba con paralizar a media Francia, Sarkozy anunció que estaba listo para suspenderles las licencias. No menos draconiano se ha mostrado en su resolución de enviar centenares de inmigrantes ilegales de vuelta a sus países, para luego anunciar que lo ha hecho.
Al parecer ha sido esta clase de medidas firmes, poco conciliadoras pero nunca insensatas, lo que ha cautivado a buena parte de la Derecha y finalmente al 53% de los electores del pasado domingo. El hombre no se presenta como un teórico sino como un político con una agenda clara y una gran capacidad de maniobra. En Irlanda se recuerda bien que su opción personal era de apoyo a la intervención armada en Iraq. A la vista del descontento popular francés con lo acontecido en la guerra, Sarkozy no se desmiente pero tampoco vuelve a mencionar su propia postura. Es práctico; es astuto. No es exactamente que cambie, es que parece saber qué debe decir en cada ambiente y circunstancia, mientras mantiene con razonable coherencia su posición.
Para algunos franceses–por lo menos, algunos cuyas entrevistas han llegado a periódicos de Dublín–este modo de ser preocupa muchísimo. No es la crítica fácil y racista de Le Pen, que fustigó a Sarkozy por tener tres abuelos no franceses. No es la crítica aguda de Royal, que criticó a Sarkozy por su talante autoritario en el tema social. Lo que preocupa es que Sarkozy sabe callar, una virtud que por su misma escasez se torna en peligro cuando de política se trata. Algunos no dudan en considerarlo un “mafioso” porque están seguros de una cosa: si alguien es ambicioso y sabe guardar sus planes para sí mismos y sus amigos, y esperar la hora oportuna, podrá conseguir casi cualquier cosa que quiera.
En este sentido me atrevo a decir que, todavía a estas horas, Francia no sabe quién es su próximo presidente. Le han visto los ojos, le han oído los discursos, lo han visto actuar; pero todavía no saben quién es.
Como creyente que soy, y como ferviente admirador de las riquezas que Francia ha sabido dar y puede dar a Europa y el mundo, oro por el nuevo presidente, para que toda su inteligencia y su increíble fortaleza interior dirijan para bien los destinos de la antigua y venerable Galia.