Viernes Santo
Cuatro ríos tenía el Paraíso
que por otro nombre se le llama Edén.
Mas si miro a Jerusalén
cuatro fuentes yo también diviso;
cuatro tan preciosos ríos
que Jesús, el Cristo, hizo correr.
El primero fue su propia Sangre
que brota fúlgida desde la Cruz.
Te alabamos, oh Señor Jesús,
ante el río santo y admirable
que de tus llagas mana sin cansarse
para dar a todos la salud.
Otro río fue de puro llanto:
los diamantes que hizo tu dolor.
Tus ojos, Cristo Salvador,
sobre aquella Ciudad ya se posaron
y lágrimas de amor los arrasaron,
al ímpetu dulce de tu Corazón.
El sudor, como un torrente humilde,
fue testigo de tu carga cruel.
Por las calles de Jerusalén
llevas, Cristo, un peso que oprime,
pero también el amor sublime
que a ese peso lo levanta bien.
El amor, ese es el cuarto río:
amor tan bello, puro manantial,
amor divino, música de paz,
diluvio santo que, de ti nacido,
al verdadero y santo paraíso
un día nos habrá de guiar.