51.1. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, la frescura tersa de la sonrisa de Dios envuelve en su cariño cada cosa y cada creatura. La mirada asombrada y gozosa del más pequeño de los Ángeles celebra con toda su fuerza al Creador, y el fuego arrollador de un Coro de Serafines estalla de amor incontenible en alabanzas al poder incomparable de Dios.
51.2. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, la luz hace cascadas y levanta al salpicar los destellos de miles y miles de corazones enamorados. En cada gota, una melodía evocadora y serena repite de mil modos: “¡Gracias, gracias, gracias por haberme creado!”
51.3. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, olas de danzas y guirnaldas infinitas atraviesan las rocas y granitos, se extienden por galaxias y estrellas, y envuelven en cánticos sublimes a los más fríos asteroides y cometas. Su rítmica coreografía de gozos y canciones levanta como espuma poesías y palabras de belleza incomparable. Una de ellas puedo mostrarte; es como un pequeño papel, la declaración de amor de un Ángel a su Señor. Míralo, sólo dice: “¡Dios es!.”
51.4. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, ráfagas impetuosas del vigor divino levantan hasta el límite a cada Ángel, hasta que toda intuición y todo conocimiento vacila, y sólo la presencia misma de Dios es alabanza de su ser inconmensurable. Un viento fenomenal limpia, refresca y embellece todo, en el renacer de una novedad que llena de pasmo a los Cielos.
51.5. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, dos sílabas y un Nombre son el cantar de los Espíritus Celestes: “¡Abbá!.” Con esa palabra, letra y alfabeto del Cielo, se escribe aquí todo himno, todo elogio, toda oración. Nada se pronuncia sin pronunciar a Dios; en nadie se piensa sin pensar en Él; a nadie se honra, sin honrarle a Él. Pero como Él es la Fuente magnífica de este Jardín que somos, de su seno brotan embellecidos los dardos penetrantes de amor que le lanzamos, y cual si fuera un juego, en amable competencia le arrojamos de nuevo saetas incesantes de adoración, que entonces retornan convertidas en una lluvia de diamantes y de perlas de perfección exquisita. ¿Qué hacer con ellas, sino ofrecerlas a nuestro Rey? ¿Y qué hará Él con ellas sino bendecirlas con su palabra y con su beso, y retornarlas a nosotros sus hijos?
51.6. Como en aquellos tiempos, los primeros tiempos, el Cielo es el Cielo. ¡Ven pronto! Te espero; te quiero mucho. ¡Deja que te invite a la alegría! Dios te ama; su amor es eterno.
Es alentador, es agradable y es una invitación que motiva querer estar allá,lo que se lee en este mensaje acerca del cielo.
Hay como una incapacidad en los teólogos par describir de una manera atractiva el Paraíso, así como de los escritores para describir la belleza. En cambio es notable la imaginación que suelen desplegar los primeros para describir las torturas y los sufrimientos del infierno; y la felicidad con que los segundos se ensañan en las innumerables manifestaciones de la fealdad de los seres humanos.
¿Será que el ser humano, tal como es, no puede suponer como real sino aquello que conoce a través de los sentido? ¿Y No juzga como posible sólo aquello que en líneas generales concuerda en cierto modo con lo que percibe a través de los sentidos? Por esta razón,¿sólo los seres espirituales tienen la capacidad para describir la felicidad perdurable de la que gozan los bienaventurados en el cielo con la sola presencia de Dios?