Juegos y adicciones
Queda claro, entonces, que lo de los juegos, jugar y entretenerse, no es un asunto trivial. Implica dinero, gente, vidas, fuerzas, talento y preguntas muy profundas.
La cara oscura del tema es la adicción. Como cualquier otro adicto el jugador compulsivo puede despedazar todo con tal de no desprenderse de aquello que le fascina y se adueña de él. Las historias a este respecto son dramáticas y tristes: gente ofreciendo a los propios hijos o hijas en una mesa de póker, o arriesgando el patrimonio de la familia entera o llegando a la desesperación o el suicidio por una racha de “mala suerte.”
De esa cara oscura podemos y debemos sacar algo mejor, sin embargo. Yo pienso que allí donde hay una adicción hay también un rostro de una felicidad pretendida. El alcohólico o el drogadicto no buscan lo malo que les trae su vicio sino lo que hallan de felicidad en él. Abordar las adicciones desde el punto de vista de los desastres que causan es cerrarnos de entrada a toda comprensión de la mente del adicto. Y sin entender qué hay en su mente lo único que haremos será obrar desde fuera para tratar de CONTROLAR las cicunstancias que hacen posible la satisfacción de sus deseos. Es poco más o menos lo que se hace con los animales.
Es interesante hacer una comparación entre la manera como se ha abordado la adicción al juego y la actitud sobre la homosexualidad. Un hombre genial como el matemático británico Alan Turing fue tratado como un animal. Literalmente se hicieron experimentos con él, experimentos con hormonas, aislamiento, presión psicológica. Detrás de ese “tratamiento” estaba la idea de “controlarlo,” porque su homosexualidad no debía existir. La historia tiene un final triste: Turing decidió suicidarse. Con eso, obviamente, se convirtió en un “mártir” de la causa y una motivación enorme para que toda clase de tendencias sexuales “salieran del armario.” Inglaterra pasó así, en menos de 50 años de la represión a la exhuberancia, en materia de homosexualidad. El método de controlar desde fuera termina volviéndose contra sí mismo y engendra a su extremo contrario: el libertinaje.