Con toda la seriedad de un juego (6)

Jugar y Aprender

Según las descripciones que nos ha dejado san Agustín de Hipona, juego y aprendizaje muchas veces se han visto como opuestos, por no decir enemigos. En aquella época las cosas se veían más o menos así: El juego es el terreno de la libertad y la gratuidad; la escuela, el terreno de la exigencia y de los fines evaluables. Desde este punto de vista, poco juego puede pedirse a las escuelas, aparte de algún tiempo de “recreo,” destinado especialmente a recobrar las fuerzas para seguir en lo serio, lo que sí vale la pena: el estudio.

Hija de esta manera de ver las cosas es aquella frase tristemente famosa: “La letra con sangre entra.” El poder coercitivo del castigo y la fuerza incuestionada de la autoridad se consideraban los mejores argumentos para que los conocimientos se asentaran en las mentes aterradas de los chicos.

Después las cosas cambiaron. No sé si demasiado. Se quiso hacer de los colegios y escuelas lugares amables y atractivos. Los profesores debían ser más “acompañantes” y “amigos” con una serie de funciones opuestas a las del modelo antiguo: más que transmitir conocimientos, ayudan a “cuestionar;” más que infundir unas convicciones educan en la acogida a todas las convicciones; motivadores más que docentes; animadores más que catedráticos.

El nuevo modelo, mucho más lúdico, debía preservar la originalidad por encima de la excelencia, o mejor: definir la excelencia en términos de lo que cada quien decidiera ser. En tales términos es imposible evaluar como tal, o por lo menos es imposible evaluar contenidos en un alumno: lo que se evalúan son procesos, y los procesos son de toda la institución o aún más allá de ella, de la familia y la sociedad.

Este estilo de vida, menos tensionante y mucho más amigable, es todavía muy reciente para decir palabras definitivas sobre él. Lo que parece seguro es que requerirá algunos o tal vez muchos ajustes. Irlanda es un caso interesante. La reforma educativa hizo que se abominara de castigar a los niños en la escuela primaria. Por consiguiente, fue fácil para muchos chiquillos y chiquillas llegar con bases muy pobres a la secundaria. Como no podían tantos “perder el año” académico, fue necesario prorrogar el estilo descansado y folclórico para la secundaria, que siguió (y sigue) con aire de paseo. Pero hasta ahí pudo llegar el paseo, porque la Educación Superior demanda una alta calidad, ya que sólo los técnicos y profesionales cualificados podrán abrirse paso en la disputa del mercado laboral, que ya no conoce fronteras: aquí llegan chinos, españoles, norteamericanos, polacos, eslovacos…

Si eres irlandés eso no te garantiza trabajo en Irlanda. Esto lo saben las universidades y centros superiores, que en lógica consecuencia entienden que se la juegan toda en demostrar su capacidad de mostrar que forman gente “de éxito.” La Dublin City University (DCU), por ejemplo, ha tomado por lema publicitario: “Te preparamos para la dura vida que te espera.” Es decir: se acabó el juego.

¿Y qué hace el sistema educativo irlandés para tener de paseo a los niños y niñas justo hasta la entrada en la educación superior? Establece una regla de admisión basada en los puntajes de un Examen de Estado. Los chiquillos pueden jugar pero si no sacan un gran puntaje en los exámenes oficiales (que son el terror de todos ellos) sólo podrán estudiar para puestos de bajo rango. Cuando llegan esos exámenes los muchachos pasan por crisis espantosas, se enferman, deprimen, alcoholizan, porque… el juego se acabó.

En otros países las fórmulas son distintas pero lo que está claro es que ni el estilo de la letra y la sangre ni el simple profesor amigazo son la respuesta. Aprender no puede estar demasiado distante de jugar pero tampoco puede ser lo mismo.