Recuerdos (3)

Pido respeto para el amor de las parejas

He dicho que nunca me sentí llamado a formar un hogar. Eso me acerca al tema primero que surge cuando se habla de sacerdotes: el celibato.

Dado el número de escándalos de violación de menores que han surgido en la Iglesia recientemente –en la inmensa mayoría de los casos, abusos homosexuales a niños– se airean nuevamente frases del estilo de “¡Ahí están las consecuencias del celibato! ¿Qué más tendrá que pasar para que el Papa entienda que los sacerdotes deben casarse (o poderse casar)?”

Ese modo de hablar me parece un insulto al amor de pareja. Vamos a suponer que soy una mujer. ¿Qué me está diciendo esa frase? Que si un clérigo se casa conmigo entonces ya no sentirá ganas de tener sexo con niños. La idea de sexo que subyace aquí es: una fuerza de autocomplacencia que es mejor tenerla legalmente con una mujer y no reprimirla para que se desborde con niños. ¿Qué mujer sentirá que esa sexualidad corresponde a su idea de intimidad, comunicación y amor?

Y ahí está el punto: la mayor parte de la gente se acerca a examinar los temas del celibato desde la idea preconcebida de sexualidad que ya tienen, es decir, la idea que les han construido en la cabeza (y el resto del cuerpo). Yo cada vez siento menos temor de abordar tales temas por la sencilla razón de que descubrí hace rato que el tema del celibato no tiene que ver en realidad con nosotros los célibes sino con toda la idea y montaje que existe sobre la sexualidad hoy. Típicamente, cuando una persona empieza a preguntar sobre el celibato lo que quiere es que le aclaren sus propias ideas sobre el sexo.

Mucho más interesante es el amor de la pareja como tal. Más bello y apasionante que el sexo comercializado y empacado al vacío es la sexualidad en el conjunto del plan de Dios. Mientras que uno puede llegar a sentir rabia o asco del sexo a la venta, yo por lo menos no me canso de admirar cómo Dios nos hizo “hombre y mujer”…

Y sin embargo, la afectividad humana tampoco es el tema decisivo cuando uno mira a su misión última en esta tierra. La mayor parte de los afectos humanos tienen un propósito que es bello y necesario, si se quiere, indispensable, pero de todas maneras muy limitado: son ayuda para el camino. Mas el camino se acaba y “en la resurrección, ni se casan ni son dados en matrimonio, sino que son como los ángeles de Dios en el cielo.” (Mt 22,30).