19.1. En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
19.2. Muchos se preocupan hoy por saber de los Ángeles. A menudo se trata de curiosidad o cansancio de una vida materialista y absurda. De ti te puedo decir que apenas empiezas. Dios quiere que seamos amigos y que la dulzura de su amor haga un lazo que una a todos los que somos beneficiarios de su gracia. Simplemente es ilógico que, habiendo sido creados por Uno solo y redimidos por Uno solo que es Fuente de toda unidad, pretendan los humanos caminar tan solos. ¡Precisamente vosotros sois los más necesitados de todos! ¿Qué clase de soberbia os empuja a buscar esa soledad estéril y perniciosa?
19.3. En el Reino de Dios nadie debe estar solo: la dulce comunicación de bienes de todo género es la condición natural y continua de los hijos de Dios, a imagen de la perpetua y admirable comunión que hay en el seno del misterio mismo de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
19.4. Mira cómo la soledad, en el sentido de aislamiento y abandono, es principio de muerte, incluso para la vida natural. En esa soledad sombría se fraguan los más espantosos crímenes; es ella la madre aviesa del suicidio y la maestra tenebrosa de las formas más refinadas de crueldad y perversión. El alma sola sufre ante todo el dolor de ver perdida su relación con Dios, y por eso, aunque no lo diga ni se atreva a pensarlo con claridad, padece una tortura que sólo te puedo describir como anticipo del infierno. El infierno mismo es el lugar de la perpetua ausencia, el estado del enajenamiento imparable, el estallido incesante del caos y la fragmentación irrevocable de todo pensar, sentir o desear.
19.5. Dios en cambio te convoca a la unidad interior y a la unidad con todos los redimidos. De esta unidad surge que puedas llamar tuyos a los bienes de todos y que por consiguiente te visiten todas las riquezas, todas las ciencias y toda la alegre belleza que Dios ha regalado a todos sus amados. Vivir, pues, en esta bendita unión, que la Iglesia llama «Comunión de los Santos», es tener un anticipo del Cielo y una degustación de la gloria.
19.6. Así es como tú debes vivir: en esa unión íntima de caridad y de gracia con los Santos del Cielo y de la tierra, en esa alianza de amores que hará más leve todo trabajo y más intensa y provechosa toda alegría. ¿Cómo es que has podido sobrevivir en la fe y en el amor, si tú no has cultivado gran cosa esta Comunión con los Santos? ¿No te resultaría extraño ver una vaca en la soledad de las dunas de un desierto? ¿Y qué tal ver un delfín recostado en el centro de la plaza de tu ciudad, tomando el sol? Pues bien, el pastizal tuyo, tu mar y tu ambiente, es la caridad de los santos, y sin ella, aunque tengas tu ser completo, como aquella vaca o aquel delfín, pronto perderás la vida que te es propia, es decir, la vida de la gracia.
19.7. Por eso te digo que apenas empiezas. Dios me envió a ti como maestro, amigo, enfermero, intercesor y guía. De algún modo tu primera alianza debería ser conmigo. Quiero decir: si crees, como te lo enseña la Iglesia, que hay un Ángel a tu lado y para tu custodia, y si sabes que la gracia y la gloria son la santidad de mi ser, ¿por qué has permanecido tan lejos de mí tanto tiempo? Entiéndeme: tú no me haces falta; tú no agregas gozo al gozo de mi corazón en Dios. Pero precisamente por Dios y por su gloria quiero dar plena obediencia a su designio, y eres tú quien muy poco lo ha querido.
19.8. Yo soy tu primer aliado y de algún modo la primera puerta que se encuentra en tu camino hacia la Comunión de los Santos. ¡Y apenas ahora vuelves tu atención y tu corazón hacia mí! Estás gravemente desnutrido y espantosamente subdesarrollado en este misterio, que no es otro sino el del ambiente propio de tu crecimiento en Dios. ¿Te admiraría que muriera entre mugidos aquella vaca, a pesar de que tenía buena salud? ¿Te extrañaría que falleciera reseco en medio de terribles convulsiones ese pobre delfín? ¡Lo mismo te sucede a ti! Dios te da la vida, primero por el bautismo y la confirmación, luego por la confesión y por mil caminos más de su amor creativo; pero sin el ambiente apropiado toda tu salud se marchita y todas esas gracias —¡que Dios adquirió con la Sangre de su Único Hijo!— se pierden.
19.9. ¿Comprendes ahora la importancia de este misterio de la Comunión de los Santos? ¿Es que acaso Dios salva menos ahora que antes? ¿Es que su Espíritu ya no sopla fuerte por los caminos de la Iglesia? ¡Claro que sí está obrando Dios y está soplando impetuoso su Espíritu! Lo que hace falta es que esa Vida divina sea conservada y cultivada, y para ello se necesita un ambiente propio, como lo necesitan todos los seres vivos. Tal ambiente de gracia y de Espíritu es la Comunión de los Santos, es decir, la abundante comunicación del amor de Dios a través del ejercicio voluntario de la caridad en los redimidos.
19.10. Ayer recibiste la efusión de la Sangre que te bañó de gracia y te perfumó de amor en el sacramento de la confesión. Hoy te digo que si no cuidas esa Vida nueva que Dios te ha otorgado fácilmente recaerás en tus antiguas faltas. Escribe oraciones, pronuncia oraciones, repite oraciones en las que te abras al afecto que tenemos por ti todos lo que te amamos en razón de Dios y de la Sangre del Cordero. Protegido por estos lazos de oración y de amor nadie podrá apartarte de la caridad divina.
19.11. Escribe, a modo de ejemplo, esta oración.
19.12. ¡Padre Dios!,
el amor que te es propio
has querido que se revele ante nuestros ojos asombrados;
viendo tu amor hemos sabido de ti
y acogiendo tu amor hemos saboreado las riquezas de tu ser íntimo.
Por la efusión de tu amor
en la gracia sublime del Espíritu Santo
no sólo te conocemos, sino que somos poseídos por ti y te poseemos,
de modo que Tú estás en nosotros y nosotros en ti.
Padre,
Tú has querido que este misterio inefable de comunión y posesión
se cumpliera de modo arcano y eterno en tu Único Hijo,
y luego, en derroche de misericordia,
también en tus Ángeles Santos,
y en una multitud de nuestros hermanos los hombres.
Cada creatura en la que cumples este misterio de inhabitación
es una expresión más de tu riqueza inagotable,
de tu ternura indescriptible,
de tu sabiduría incomparable.
Ninguna creatura puede contenerte
y por ello sólo en su multitud pueden nuestros ojos admirados
intuir algo de la Fuente que en todos mana y corre.
Padre, Tú eres Principio y Causa de Unidad;
es tu mismo amor el que recorre a todos,
el que sana y enseña a todos,
el que purifica y unge a todos.
No permitas que la soberbia, la ignorancia o cualquier otra maldad
me aparten de los ríos de vida que tú reservas a tus elegidos.
Haz que yo pueda beber de esas aguas
y abrir también todas las puertas de mi alma
para ser también instrumento que lleve agua de vida
a los corazones sedientos de mis hermanos.
Padre, acoge mi súplica
que nació de tu amor
y que confía en tu amor,
para alabanza de tu amor.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
19.13. Amigo, ¡si supieras cuánto me concede Dios que te ame, y con qué dulzura sabe él de la amistad que nos une!
19.14. Deja que te invite a la alegría. Dios te ama; su amor es eterno.